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Ya a esta sazón estaban en paz los huéspedes con el ventero, pues, por persuasión y buenas razones de don Quijote, más que por amenazas, le habían pagado todo lo que él quiso, y los criados de don Luis aguardaban el fin de la plática del oidor y la resolución de su amo, cuando el demonio, que no duerme, ordenó que en aquel mesmo punto entró en la venta el barbero a quien don Quijote quitó el yelmo de Mambrino y Sancho Panza los aparejos del asno, que trocó con los del suyo; el cual barbero, llevando su jumento a la caballeriza, vio a Sancho Panza que estaba aderezando no qué de la albarda, y así como la vio la conoció, y se atrevió a arremeter a Sancho, diciendo: ¡Ah don ladrón, que aquí os tengo! ¡Venga mi bacía y mi albarda, con todos mis aparejos que me robastes!

Para correrla con él, le parecía poco el mundo entonces, y aun se creía capaz de arremeter con éxito á una escuadra de polizontes. Por eso prefería los viajes á la Habana. Allí tenía un amigo de la infancia en cada esquina, y mientras estaba con ellos gozaba á sus anchas, porque podía comer, hablar y armarlas al estilo de Santander.

¡A , Horn! gritó el Capitán . ¡A , Cornelio, Hans! ¡Salvemos a los hombres que están en las chalupas! Manejando los fusiles como mazas, se arrojaron sobre los salvajes, matando a unos cuantos de ellos y logrando contenerlos por algunos instantes; pero los salvajes volvían a arremeter, animándose con gritos feroces.

No vacilan en arremeter con la ballena y con el pez-perro, y a veces se atreven con los barcos. Veíanse también muchas morenas, peces que en aquellas latitudes son de gran tamaño; medusas, extraños moluscos semejantes a bolsas vueltas hacia abajo y provistas de tentáculos. Algunas de esas medusas son enormes. Cornelio vió una que debía de pesar como cincuenta libras.

Entonces, el contrabandista se acercó a los de a pie y, conteniendo la voz, les dijo, al mismo tiempo que los cañonazos percutían uno tras otro en la garganta y que se oían, a lo lejos, los clamores del asalto: ¡Compañeros! ¡Vais a arremeter contra la infantería a la bayoneta! Nosotros nos encargamos de los demás. ¿Estamos? , estamos. Pues ¡en marcha!

El decir esto, y el apretar la espada, y el cubrirse bien de su rodela, y el arremeter al vizcaíno, todo fue en un tiempo, llevando determinación de aventurarlo todo a la de un golpe solo.

La segunda vez que los llamó, le dijo un caballero sardo, que se decía D. Guillén Barbarán, que iba á su lado: «Aquí imos Corrales y yo con vuestra señoría.» D. Alvaro le respondió, medio enojado, que le dejase y volviese á los soldados que eran fuera, para ir de vanguardia, questaban de rodillas arrimados al caballero de San Juan, y mandólos arremeter, que ya eran descubiertos de los enemigos, y así comenzaron luego á caminar adelante.

El hombre que verdaderamente le ha dado importancia a la hache ha sido usted. Por ella, Sr. Salaverría, no ha vacilado usted en arremeter contra un viejo amigo como yo, llegando hasta a decirme que involucro. ¡Oh hache!... Tienes nombre de mujer... Por si a algún lector le interesa, reproducimos el artículo que ha dado origen a la nota anterior.

De repente, una exhalación salvaje rasgó el aire. Y yo sentí aquella masa ávida, arremeter sobre las carretas que defendían la puerta, formadas en semicírculo. Al choque todo el maderamen de la «Hospedería de la Consolación Terrestre», crugió y osciló. Corrí a la baranda. Abajo bullía un tropel desesperado en torno de los carros derribados.

Queria arremeter el can rabioso, Y en esto dos pelotas le tiraron; La popa nos volvieron sin reposo Las faunas, y espantados nos dejaron, Que con un dulce canto armonioso A priesa de nosotros se apartaron, Y á muchos el sentido enternecieron, Y en un punto de vista se perdieron.