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Actualizado: 19 de julio de 2025
En cuanto a don Braulio, menester es confesar que estuvo bastante encogido y fuera de su centro en la tal tertulia. Ya sabemos que era muy escamón, como dicen en su tierra. Así es que, si bien disimulaba con habilidad, andaba con la barba sobre el hombro y le parecían los dedos huéspedes. Era listo, pero presumía de ladino, y llegaba a ser sobrado malicioso.
Y Tiburcio no pasaba nunca más adelante, ni aclaraba mejor su pensamiento. Por sus reticencias, con todo, presumía Morsamor que Tiburcio atribula las artes y las ciencias de los mahatmas a la intervención del diablo. ¿Crees tú le decía Morsamor que el diablo interviene en esto? Tiburcio no contestaba sí, ni no. Se reía y se callaba.
Cuando don Germán y su amigo Gustavo Núñez entraron en su cuarto por la mañana le hallaron paseando de un lado a otro con el periódico en la mano y rechinando los dientes. ¡Claro, esto ya me lo presumía yo! ¿Cómo es posible que Estévanez viera con buenos ojos mi triunfo? ¡Y abrazándome ayer el hipócrita! ¡el canalla!
Bramó de ira el gaucho al recibir el mensaje, pero disimuló la ira y hasta aparentó cierta conformidad, meditando y proyectando una venganza. Aunque no dijo a Madame Duval que lo sabía, Pedro Lobo era sabedor de la ventura del joven Arturo. No habían faltado amigos oficiosos que le escribiesen a Buenos Aires informándole de cuanto se sabía o se presumía como evidente.
Me ha engañado vilmente, porque tampoco creyó tan precavido a mi padre para que me hubiese escrito la carta que me entregó D. Acisclo. Don Jaime presumía ¿qué digo presumía? juzgaba tener seguridad de que yo no sabría jamás que él estaba en el secreto de mi herencia. Ahora mi amor se ha convertido en odio y en desprecio.
Para los demás frailes y para el resto del humano linaje no iniciado, el Padre Ambrosio jamás hablaba de su ciencia oculta, pero discurría con fácil elocuencia sobre todo cuanto del saber paladino o no oculto se alcanzaba en su época, y trataba de viajes, de planes políticos y de cuanto presumía que había de suceder en el mundo o que convenía que sucediese.
Visita encogía los hombros. «No se explicaba aquello. ¡Qué mujer era Ana! Ella estaba segura de que Álvaro le parecía retebién, Álvaro seguía su persecución con gran maña, lo había notado, ella le ayudaba, Paquito le ayudaba, el bendito D. Víctor ayudaba también sin querer... y nada. Mesía preocupado, triste, bilioso, daba a entender, a su pesar, que no adelantaba un paso. ¿Andaría el Magistral en el ajo?». Visita se impuso la obligación de espiar la capilla del Magistral; se enteró bien de las tardes que se sentaba en el confesonario, y se daba una vuelta por allí, mirando por entre las rejas con disimulo para ver si estaba la otra. Después averiguó que la habían visto confesando por la mañana a las siete. «¡Hola! allí había gato». No presumía la del Banco las atrocidades que se le habían pasado por la imaginación a Mesía; no pensaba, Dios la librara, que Ana fuera capaz de enamorarse de un cura como la escandalosa Obdulia o la de Páez, tonta y maniática que despreciaba las buenas proporciones y cuando chica comía tierra; Ana era también romántica (todo lo que no era parecerse a ella lo llamaba Visita romanticismo), pero de otro modo; no, no había que temer, sobre todo tan pronto, una pasión sacrílega; pero lo que ella temía era que el Provisor, por hacer guerra al otro las razones de pura moralidad no se le ocurrían a la del Banco empleara su grandísimo talento en convertir a la Regenta y hacerla beata. ¡Qué horror! Era preciso evitarlo. Ella, Visita, no quería renunciar al placer de ver a su amiga caer donde ella había caído; por lo menos verla padecer con la tentación. Nunca se le había ocurrido que aquel espectáculo era fuente de placeres secretos intensos, vivos como pasión fuerte; pero ya que lo había descubierto, quería gozar aquellos extraños sabores picantes de la nueva golosina. Cuando observaba a Mesía en acecho, cazando, o preparando las redes por lo menos, en el coto de Quintanar, Visitación sentía la garganta apretada, la boca seca, candelillas en los ojos, fuego en las mejillas, asperezas en los labios. «
Cuando presumía que no bastaba la palabra, presentaba una carta falsificando la firma... Además, había encargado un sin fin de misas por el alma de su madre, y de toda su parentela, sin que jamás hubiese dado un cuarto a los sacerdotes que las dijeron. Resultaba, en fin, debiendo y estafando a todas las personas con quienes le había puesto en relación...
Gracias a todas estas vicisitudes, socaliñas y pellizcos, la casa de Ulloa, a pesar de poseer dos o tres decentes núcleos de renta, estaba enmarañada y desangrada; era lo que presumía Julián: una ruina.
Pero ¿qué será del desgraciado lector que mora allá en lejanos paises, y quizas á larga distancia de siglos, y no tiene otro guia que el periódico ú obra que por casualidad encuentra en un gabinete de lectura, ó en una biblioteca, ó que habrá adquirido por haber visto recomendados en alguna parte aquellos escritos, ú oido elogios de quien presumia entenderlo?
Palabra del Dia
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