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Díjele que , sin saber lo que me decía, que era yo tan inocente como cuando entré en el convento; y el casamiento se hizo con gran pompa y regocijo, como a nuestra riqueza y nobleza convenía; y antes de que el festín de las bodas se terminase, díjome mi aya doña Agueda no cuántas cosas, que yo no pude entender; y luego, cuando acabada la fiesta se fueron saliendo de casa los convidados, la madrina me dijo otras cosas que tampoco entendí; y rodeada de las doncellas, de honor, lleváronme a lo que mi madrina llamaba el tálamo, y que yo no sabía qué cosa fuese, y metiéronme en una habitación o cámara lujosamente ornada, en la que había un gran lecho todo guarnecido de blanco, y adornado con flores, y allí me dejaron sola y suspensa, cuando a poco he aquí que entró mi esposo pálido y convulso, y alentando apenas, y a se vino a abrazarme; visto lo cual, yo me hice atrás tres pasos, y espanteme y extendí hacia él los brazos, como para impedir que me tocase.

¡Yo no quiero!... ¡no quiero! exclamó con graciosa resolución. La verdad es que da lástima cortar un pelo tan hermoso dijo otra de las doncellas, que estaba planchando. ¿Qué quieres, hija? Quien manda, manda. Y tomando uno de los preciosos bucles de la cabellera, lo separó de un tijeretazo. ¡Déjame, Paula! gritó la niña. ¡Lo voy a decir a madrina!

En sus noches de fiebre deliraba con la pobre Lita y su pérfida madrina, que no era una hada sino una bruja... A cada momento creía que esa bruja venía a robarlo a él también... Pero su naturaleza robusta venció la dolencia. A las tres semanas lo llevó su madre consigo a la nueva casa en que se conchabara, ya convaleciente, amarillo, altote, muy triste, y tan flaco como un espectro...

Los concurrentes cantaron, bailaron, bebieron, gritaron; y no faltaron los chistes y agudezas propias del país. La tía María iba, venía, servía las bebidas, sostenía el papel de madrina de la boda, y no cesaba de repetir: Estoy tan contenta, como si fuera yo la novia. A lo que fray Gabriel añadía indefectiblemente: Estoy tan contento, como si fuera yo el novio.

Discutimos largamente el punto; ella, viva, nerviosa, desatando todas las dificultades; yo, aparentando una serenidad que no tenía. Ni la anciana quería rendirse ni yo conseguía convencerla. ¡Vamos, exclamé que resuelva mi madrina! , hijo mío: contestó la anciana ¡eso me toca a ! Pepa te quiere mucho y se le hace duro que nos dejes.

No tal; yo no tengo más que un padrino manifestó la chica, cada vez más recelosa. Y se alejó del grupo. Fue donde estaba Amalia; se le puso delante cruzando sus bracitos sobre el pecho y dijo haciendo una reverencia: Madrina, la bendición. La dama le entregó su mano, que la niña besó con respetuoso cariño. Luego, cogiéndola en sus brazos, la besó en la frente. Que descanses, hija mía.

La esposa del maestrante salvó de dos pasos la distancia que la separaba y cayó sobre ella como un tigre hambriento. Golpeó, mordió, desgarró. Sus uñas dejaron al instante surcos morados en aquel rostro cándido. La sangre comenzó a brotar. La niña, loca de terror, lanzaba chillidos penetrantes. Apenas tuvo tiempo a ver a su madrina. No sabía qué era aquello.

El día en que caiga el duque de Lerma, ese joven será tu esposo: te prometo ser tu madrina. Más fácil es que el duque de Lerma muera en un patíbulo, lo que por desgracia no deja de ser dificilísimo, que el que yo sea esposa de ese joven. ¿Y por qué? Olvida vuestra majestad que mi padre, tratándose de mi enlace, no prescindirá jamás de su nobleza. Ese joven es hidalgo, según he entendido.

Por encima de la cabeza de los fieles apareció una gran bandeja de plata, la misma que pocas horas antes estaba en una de las celdas del convento, y en ella el hábito de novicia bernarda. El prelado lo bendijo. Dejáronse oír las notas agudas y gangosas del órgano y se puso en marcha la procesión. María delante y a su lado la madrina y Marta; detrás el obispo y en pos de él la clerecía.

La novia entre el padrino y la madrina, el novio al lado de su suegro, á quien empezaba á bailar el agua mucho más que á su esposa; Soledad junto á Antoñico, Velázquez junto á María-Manuela, Gregorio, hermano de la novia, pegadito á su prima Isabel la Cardenala, Paca entre el Cardenal y la Cardenala viejos, embelesándolos con su afluencia maravillosa.