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Actualizado: 25 de junio de 2025


El recuerdo de aquellos momentos de gran ansiedad lo hizo ponerse en pie: se volvió en dirección al lago, echó a andar, extendiendo el brazo como en busca de un sostén, cual si estuviera ebrio. La dulzura del recuerdo lo embriagaba, , lo substraía a la tristeza presente. Pero la ensangrentada imagen reapareció y el corazón se le oprimió de nuevo.

Pero Amalia a los pocos momentos se ponía nerviosa, el llanto de la niña excitaba sus sentidos, entraba en furor como una pantera hambrienta, y concluía por golpear frenéticamente hasta que la dejaba trémula y ensangrentada a sus pies. Desde la carta del conde había aumentado, si era posible, su odio a la criatura; la trataba aún más despiadadamente.

Cogió de un canastillo una orquídea blanca con manchas rojas y dijo presentándosela á Jacobo: Guárdala en memoria mía. Esta flor es como mi alma; ensangrentada y, sin embargo, pura... Lea, dijo Jacobo asustado, pide un momento de descanso; no estás en posesión de ti misma... ¡! Jamás he estado más segura de mi... Es el acto de la muerte, Jacobo; verás qué bien le canto... Anda, vete á verme.

Cuando descubrió la cara ensangrentada de su amigo, empezó por hacerle traer una gran aljofaina de agua fresca, porque está escrito: «No deliberes antes de haber lavado tu sangre: tus pensamientos serían confusos e impurosLimpio ya, mas no tranquilo, contó Ayvaz a su amigo la aventura, ardiendo en santa cólera.

Opulento, y por tanto no faltándole amigos, disfrutando salud, siendo buen mozo, prudente y moderado, con pecho ingenuo, y elevado ánimo, creyó que podia aspirar á ser feliz. Estaba apalabrado su matrimonio con Semira, que por su hermosura, su dote, y su cuna, era el mejor casamiento de Babilonia. Profesábale Zadig un sincero y virtuoso cariño, y Semira le amaba con pasion. Rayaba ya el venturoso dia que á enlazarlos iba, quando paseándose ámbos amantes fuera de las puertas de Babilonia, baxo unas palmas que daban sombra á las riberas del Eufrates, viéron acercarse unos hombres armados con alfanges y flechas. Eran estos unos sayones del mancebo Orcan, sobrino de un ministro, y en calidad de tal los aduladores de su tio le habian persuadido á que podia hacer quanto se le antojase. Ninguna de las prendas y virtudes de Zadig poseía; pero creído que se le aventajaba mucho, estaba desesperado por no ser el preferido. Estos zelos, meros hijos de su vanidad, le hiciéron creer que estaba enamorado de Semira, y quiso robarla. Habíanla cogido los robadores, y con el arrebato de su violencia la habian herido, vertiendo la sangre de una persona que con su presencia los tigres del monte Imao habria amansado. Traspasaba Semira el cielo con sus lamentos, gritando: ¡Querido esposo, que me llevan de aquel á quien adoro! No la movia el peligro en que se veía, que solo en su caro Zadig pensaba. Defendíala este con todo el denuedo del amor y la valentía, y con ayuda de solos dos esclavos ahuyentó á los robadores, y se traxo á Semira ensangrentada y desmayada, que al abrir los ojos conoció

te has hecho justicia con tu crimen: Mi noble patria batirá las manos, Al ver que en sacuden sucio limen Los libres que combaten á tiranos. Signe por esa huella ensangrentada Que el verdugo señala con su planta, Y encontrarás al fin de la jornada Un buen cordel que oprima tu garganta.

¡Por el alma de tu padre, sálvanos! ¡te daremos tanto oro que podrás llenar tu tartana! aullaron los contrabandistas. E imploraban con las manos juntas, mientras que tres de ellos se revolvían en las últimas convulsiones de la agonía. ¡Dios mío! ¡Dios mío! balbuceó el fraile. Y el desgraciado se retorcía los brazos y se revolcaba sobre la roca ensangrentada.

El marino, sonriente, señaló con el pie una gruesa saeta clavada profundamente en un tablón á tres pasos de la cabeza de Roger. Pocos segundos después el timonel cayó de bruces y Roger vió en su espalda el asta ensangrentada de otra flecha.

Asaltado por súbito pensamiento, se agachó hacia el cadáver, y desciñendo las agujetas, sacó de entre el jubón y la ensangrentada camisa un billete sin sobrescrito. Lo desplegó. La claridad era débil; pero, al mirar hacia el cielo, observó que la luna iba a pasar muy pronto tras una grieta de las nubes.

El cordero se convirtió entonces de repente en bravo león. Por dicha, no tenía armas, pero le valieron los puños. Con certero y fuerte golpe derribó por tierra, maltrecho y con la boca ensangrentada, al primero que le había ofendido. Después siguió peleando él solo contra otros tres o cuatro, apoyado contra el muro y acosado por ellos.

Palabra del Dia

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