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Actualizado: 25 de junio de 2025


La que había herido al tabernero estaba en el suelo ensangrentada. Mientras unos recriminaban al asesino, otros atendían al herido. Eladia exhalaba penetrantes lamentos.

Así, cuando llegaron al coro, donde Gracián estaba solo con su fortaleza, los bramidos de la plebe; cuando se oyó distintamente una voz que dijo por aquí; cuando las pisadas de los asesinos sonaron en las baldosas mismas del coro, Gracián no abandonó su recogida postura. Fue preciso, para hacerlo mover, que una mano descortés y ensangrentada le tocase en el hombro.

Al mismo tiempo, yo había podido reconocer en la cara ensangrentada de mi tío algunos rasgos fisonómicos de la cara de mi madre, y esto aumentó mi aflicción. En aquel momento no me acordé de que había sido un gran criminal, ni menos de las crueldades que usó conmigo durante mi infortunada niñez.

Pero ¡qué tres cuadros! ¡Qué tres cantos tan grandes añadidos al inmenso poema del hombre! ¡Qué tres palmas más bellas coronando la frente ensangrentada del ilustre mártir!

El curioso no se atrevía á continuar investigando: ya iba á despedirle mal de su grado, cuando Clara vió que tenía una mano ensangrentada, y exclamó sobrecogida: ¡Está usted herido! No es nada: un rasguño. Pero sale mucha sangre. ¡Jesús! tiene usted la mano destrozada. ¡Oh! no es nada.... Con un poco de agua.... Voy al momento.

El pedernal no anda rodando por las aceras de Paris, á caza de un guisado que no tenga harina, y de un trozo de carne que no esté dura y ensangrentada, y de una botella de vino que no esté agrio, amargo, salado, picante, y no cuantas cosas más. He dicho todo esto, porque la cuestion de comer se hace cada dia más apremiante y amenazadora.

Al entrar en la barraca y darle de lleno la luz del candil, las mujeres y los chicos lanzaron un grito de asombro. Vieron la camisa ensangrentada... y además su facha de forajido, como si acabara de escaparse de un presidio saliendo por la letrina. Roseta y su madre prorrumpieron en gemidos. «¡Reina Santísima!... ¡Señora y soberana! ¿Le habían matado?...»

La mesa, en desorden, manchada de salsas, ensangrentada de vino tinto, y el suelo lleno de huesos arrojados por los comensales menos pulcros, indicaban la terminación del festín; Julián hubiera dado algo bueno por poderse retirar; sentíase cansado, mortificado por la repugnancia que le inspiraban las cosas exclusivamente materiales; pero no se atrevía a interrumpir la sobremesa, y menos ahora que se entregaban al deleite de encender algún pitillo y murmurar de las personas más señaladas en el país.

Palabra del Dia

cabalgaría

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