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Currita se puso muy encarnada... y no se atrevió a rehusar. Apretando los puños de rabia y de despecho, entró la dama en su berlina y dio orden al cochero de ir a casa del general Belluga... Aquella taimada risita del jockey, aquel barullo inverosímil que le impedía ver si su amo acompañaba a unas damas, dábanle malísima espina y preciso era que ella apurase la verdad por misma.

El señorito no viene hasta la noche. Mandó un recado para que no le esperase usted. Y la taimada gata se sonreía de un modo tan zalamero, que Fortunata no pudo menos de preguntarle: «¿Quién está ahí?».

Esto era lo que esperaba la taimada condesa; con su sonrisa de colegiala, apretaba a unos la mano en silencio, repetía a otros la relación del atropello, y elevaba los ojos al cielo con aire de víctima resignada que se inmola, abrazada a sus hijos, en aras de la proscrita dinastía. ¿Qué sería de ellos? ¡Pobres hijos suyos!... ¡Y Fernandito, tan afectado, tan nervioso, postrado en cama e inspirando su salud serios cuidados!

Por aquellas calendas hicieron una visita a su tío de usted, don Celso; pero tenía éste entonces más bríos y más agallas que hoy, y respondió a su taimada exposición de necesidades en tales términos y en tal actitud, que no insistieron en su petición, ni han vuelto a parecer por Tablanca.

Porque su taimada abuela echó de ver que tales juguetes y gracias, en los pocos años y en la mucha hermosura de su nieta, habían de ser felicísimos atractivos e incentivos para acrecentar su caudal; y así, se los procuró y buscó por todas las vías que pudo, y no faltó poeta que se los diese.

Doña Rosalía lo adivinó también, cuando, poniéndose en acecho, le vió pasar á la casa inmediata por una puerta condenada que daba al desván antiguo. Se calló y esperó. Comprendió la taimada que allí había aventura amorosa, y en esto supo hallar un medio feliz para su venganza.

que lo entiendo; pero no es noticia para . ¿Cuántos siglos hace que estáis... en eso? ¡Dale, la muy taimada!... ¿No te he dicho que, por fin, se de-ci-dió ya? ¿Lo quieres más claro? ¿Quieres decir que os vais a casar en seguida? Eso mismo. ¡Acabaras! Aquí un ratito de silencio. Cierta inquietud en Sagrario. Miradas investigadoras en su amiga, envueltas en sonrisas maliciosas.

Ya puede ver si me perdona, siquiera por no ser mía toda la culpa. Con esta evasiva de la muy taimada y con entrar Mari Pepa, se acabó la conversación. Pero no tenía duda para que era Neluco el móvil, el tipo y el regulador de todas las ambiciones de la nieta de don Pedro Nolasco. Entre tanto no se descuidaban un momento los preparativos para el funeral.

Pero le vio entre los primeros disparates del ensueño, vestido de toga y birrete, con una espada en la mano. Era la espada de Perales en el Tenorio, de enormes gavilanes. Anita no recordaba haber soñado aquella noche con don Álvaro. Durmió profundamente. Al despertar, cerca de las diez, vio a su lado a Petra, la doncella rubia y taimada, que sonreía discretamente.

Tomóla Kate de sobre la mesa y se dirigió a la puerta; mas la señora, siempre taimada y astuta, y sin dejar ver a nadie el juego de sus cartas, dijole con voz muy displicente y quejumbrosa: Mira, hija, prepárame antes una dosis de antipirina... ¡Me está barruntando una jaqueca! Volvió Kate a poco, revolviendo en una copa, con preciosa cucharilla, la medicina pedida.