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El angelón fijó sus pupilas límpidas en los fascinadores ojuelos de víbora de su abuelo; y, sin esperar más instrucciones, abriendo mucho la boca, salió a galope hacia donde por instinto juzgaba él que el señorito debía encontrarse. Volaba, con los puños apretados, haciendo saltar guijarros y tierra al golpe de sus piececillos encallecidos por la planta. Cruzaba por cima de los tojos sin sentir las espinas, hollando las flores del rosado brezo, salvando matorrales casi tan altos como su persona, espantando la liebre oculta detrás de un madroñero o la pega posada en las ramas bajas del pino. De repente oyó el andar de una persona y vio al señorito salir de entre el robledal.... Loco de júbilo se acercó a darle su recado, del cual esperaba albricias.

Nadie estaba en el sitio que había ocupado antes de la tormenta, y Pepazos yacía sepultado de medio abajo en una pila de nieve, fuera del robledal y a muy pocos pasos de la barranca... ¡Pero faltaba uno! ¡faltaba Chisco! y no respondía a las voces con que se le llamaba, ni se le veía por ninguna parte... ¿Dónde buscarle? ¿Qué sitio había ocupado en el robledal? ¿Quién estuvo cerca de él? ¿Quién le había visto al reventar la cellerisca negra?

Yo iría mejor a pie, como suelo, y como irá Chisco para acompañarnos y cuidar de las bestias en ocasiones que se presentarán; pero usted es madera de otro robledal más flojo, y hay que tenerlo todo presente. Antes de romper el día, por supuesto. Entendíle y respondí, haciendo de tripas corazón: A caballo, y antes de romper el día. Pues que se entere Chisco de ello, y suficit.

Llegó Chisco felizmente a lo alto, volvió a descender la cuerda, atóse con ella Chorcos, subiéronle; y sin detenerse nadie a ponderarle la hazaña, ni ocurrírsele a él que lo que acababa de hacer mereciera tal nombre, corrieron todos a rodear a Chisco, de quien ya se había apoderado el médico en el robledal, asistido de don Sabas principalmente.

El aire abrasa... y especialmente los olmos de orillas del camino, cubiertos por completo de blanco polvo, millares de cigarras pasan de uno a otro árbol. El señor subprefecto se estremece repentinamente. Allá abajo, junto a una ladera, divisa un verde robledal que parece hacerle señas.

Después de comer con excelente apetito y de dormir una buena siesta, para reposar de las fatigas del viaje, fray Antonio recibió en su celda al padre guardián, fray Domingo, y habló a solas con él sobre el importante asunto que le había impulsado a ir a aquella santa casa. por fama le dijo el extraño caso de mi señora doña Eulalia, hija única del ilustre caballero D. César del Robledal.

A todo esto, flotaba en el aire el nombre de «don Lope» pronunciado por muchas bocas; y con ello y lo que yo sabía por la historia de los descalabros de don Román en su pueblo, narrada minuciosamente por mi tío varias veces, di por conocido el personaje; y no me equivoqué, pues a los pocos momentos me lo trajo de la mano el señor Pérez de la Llosía y me dijo presentándole: Mi mejor amigo y el más noble convecino mío de Coteruco, don Lope del Robledal.

Cerca de la barranca y en el lado de la sierra, había un robledal bastante espeso y de recios troncos. Escaso refugio era aquél y peligroso en sumo grado para defenderse de un enemigo tan formidable como el que se les iba encima a paso de gigante; pero como no tenían otro mejor a sus alcances, a él acudieron sin tardanza.

El bosquecillo de carrascas parece hacerle señas: Venga usted aquí, subprefecto; al pie de mis árboles estará usted perfectamente y podrá componer su discurso. El señor subprefecto queda seducido, apéase del coche y dice a sus gentes que le esperen mientras él va a componer su discurso en el pequeño robledal.

La vereda, ensanchándose, se internaba por tierra montañosa, salpicada de manchones de robledal y algún que otro castaño todavía cargado de fruta: a derecha e izquierda, matorrales de brezo crecían desparramados y oscuros.