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La empeñada contienda sostenida desde 1630 á 1640 entre recoletos y jesuitas por la posesión material y espiritual del territorio de Lanao, cuando el mahometismo aún no había extendido por allí su influencia, fué lo que facilitó al astuto sultán de Mindanao, Cachit Corralat, agrandar sus dominios á poca costa con la conquista político-religiosa por él realizada, á la sombra del gran desprestigio en que el cristianismo cayó entre los Malanaos, testigos presenciales de la enconada lucha que mantenía en irreconciliable rivalidad á jesuitas y recoletos.

Enemigo irreconciliable de éste era el capellán D. Juan Vigil, director espiritual de los alumnos, maestro de doctrina cristiana, y catedrático de latinidad y retórica y poética. Es persona tan notable desde varios puntos de vista, que de ella nos ocuparemos con alguna detención más adelante.

Un disgusto por causa sin importancia puede agrandarse hasta la tragedia. La intemperancia en las palabras, la ira, la cólera, un concepto envenenado, un gesto desdeñoso, pueden convertir una fruslería en odio ardiente, en sordo rencor, en desamor repentino, irreconciliable. Del amor al odio, aunque parezcan estados de ánimo antípodas, no hay más que un paso.

Pero Dios no quería que aquel irreconciliable enemigo de mi familia fuese castigado, sin duda porque le guardaba para que le castigaseis vos, señor Miguel de Cervantes.

Porque si bien entre los hombres es frecuente, entre los perros no lo es tanto. Y no sólo se le declaró enemigo irreconciliable, sino que logró arrastrar á otro sujeto con quien no había tenido en la vida reyerta alguna, el perro de Tomasón el molinero. Tanto le odiaba el uno como el otro. No sorprenderá, pues, que Talín caminase nervioso como su amo, aunque por diferente motivo.

Entónces los bonzos diéron dinero, y se concluyó con felicidad la guerra. De esta suerte por sus prudentes y dichosos consejos, y por los mas señalados servicios, se habia acarreado Zadig la irreconciliable enemiga de los mas poderosos del estado: juráron su pérdida los bonzos y las oji-negras, desacreditáronle jorobados y asentistas, y le hiciéron sospechoso al buen Nabuzan.

A este bachiller Carrascosa, que así se llamaba, iba a agarrarse nuestro Miguel, si era, se repite, que no le había agarrado la justicia, a fin de que dónde iba y dónde vivía le dijese, aquel irreconciliable enemigo de amor de su bella indiana; y ya apretaba los dientes y crispaba el puño Cervantes, ante él creyéndose en algún apartado sitio donde le llevase, y a sus pies le viese ensangrentado y muerto de alguna buena estocada, y a su doña Guiomar alegre y tranquila al verse libre de aquella su pavorosa y eterna pesadilla; y con estas imaginaciones, y sin pensar en las cuentas en que con la justicia iba a meterse tan sin vacilación ni empacho, íbase embraveciendo Miguel, y crecía tanto en su pecho su amorosa llama, que harto claros indicios de ello daban la brava y siniestra mirada de sus ojos, y el ardoroso aliento que de su pecho salía.

La antipatía de Gustavo Calvat hacia su cuñada Beatriz había ido de más en más creciendo por efecto de sus cotidianos rozamientos y de los mal disimulados desdenes de aquélla; había ido de más en más creciendo hasta el punto que hoy era no ya aversión, sino irreconciliable odio; tampoco simpatizaba Calvat con el marqués de Pierrepont, quien lo trató siempre con altanera frialdad.

Enemigo irreconciliable de las abstracciones tratándose de asuntos tan serios, iba aplazando la boda mientras no viese algo más concreto. Finalmente, aquella mañana, el maestro carpintero se había humanizado y le prometió diez mil pesetas para comprar la participación que su tío tenía en el comercio y quedarse él solo con el negocio de las harinas.

Tenía el mismo temperamento de su glorioso padre, enemigo irreconciliable de las traiciones y emboscadas. Naturalmente, ¿qué había de pasar? prosiguió el artista en un tono de voz indefinible, pues no se sabía si quería llorar o reir. Al mismo tiempo pasaba la navaja con suavidad por la garganta del bizarro mancebo para despojarle de algunos pelos importunos. ¡Naturalmente!