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Porque como el ejército, que poco habia salido de estos pueblos del Uruguay, caminase á paso lento contra el enemigo, porque no sucediese que estando los caballos cansados y tambien los soldados, no estuviese apto para acometer al enemigo, comenzó este á levantar en dicho salto un fuerte.

De vez en vez, transitaba una mujeruca, con el refajo de bayeta amarillo limón levantado, a modo de mantellina, sobre la cabeza, calzada con almadreñas, que levantaba en las losas un eco funerario, como si caminase sobre tumbas vacías. ¿Qué le sucedería a Anselmo? ¿Estaría enojado? ¿Sería contrario al matrimonio de don Pedrito y Angustias? ¿Habría averiguado que el anónimo al Padre Alesón era obra de Felicita? ¡Dios mío, Dios mío, qué incertidumbre congojosal Felicita lloraba silenciosamente, deseando la muerte.

Mas que, en tanto que esto no hubiese, tuvieron los pasados caballeros por cosa acertada que sus escuderos fuesen proveídos de dineros y de otras cosas necesarias, como eran hilas y ungüentos para curarse; y, cuando sucedía que los tales caballeros no tenían escuderos, que eran pocas y raras veces, ellos mesmos lo llevaban todo en unas alforjas muy sutiles, que casi no se parecían, a las ancas del caballo, como que era otra cosa de más importancia; porque, no siendo por ocasión semejante, esto de llevar alforjas no fue muy admitido entre los caballeros andantes; y por esto le daba por consejo, pues aún se lo podía mandar como a su ahijado, que tan presto lo había de ser, que no caminase de allí adelante sin dineros y sin las prevenciones referidas, y que vería cuán bien se hallaba con ellas cuando menos se pensase.

Los labios del joven estaban plegados por una sonrisa galante y protectora. Separose de él bruscamente y, volviéndole la espalda, se puso a caminar por la playa rozando los dominios de las olas. El vapor iba a ocultarse ya detrás de uno de los cabos como un guerrero fantástico que caminase dentro del agua, asomando solamente el penacho de su casco.

Aquí en estos bosques no hay peligro ninguno prosiguió Barragán . Pero si usted caminase por algunos de América ya podría usted ir con más cuidadito. A lo mejor salta el tigre o se tropieza con los bandidos... Barragán al proferir estas palabras dio un paso hacia Elena. Esta se puso más pálida aún y sin saber lo que decía con voz alterada exclamó: ¡Haga usted el favor!

Ordené que la vanguardia acometiese y caminase derecho á las tiendas donde decían que alojaba el Bajá y Dragut, é que yo iría á una tienda grande que estaba más á la marina, donde los turcos hacían guardia á la artillería, é que rota aquélla me iría á junctar con la vanguardia, é todos en un cuerpo iríamos ejecutando la victoria degollando toda la gente que hallásemos hasta el caballero de San Juan, é que tenía por cierto que si acertábamos á degollar alguna de las cabezas, el campo se retiraría, é que si no, no se podía dejar de hacer tanto daño en los turcos que no fuesen forzados á recogerse más de lo que estaban, é darnos lugar para salir á tomar agua.

Pusiéronle en las manos una lanza, a la cual se arrimó para poder tenerse en pie. Cuando así le tuvieron, le dijeron que caminase, y los guiase y animase a todos; que, siendo él su norte, su lanterna y su lucero, tendrían buen fin sus negocios.

En otra ocasión, siguiendo a la reina Isabel en una visita al último piso de la misma torre, vio un madero que avanzaba horizontalmente en el vacío como unos veinte pies. De un salto se puso sobre él, corrió hasta su extremo con ligereza y seguridad, «como si caminase por una sala», dio la vuelta y regresó por el mismo camino, riendo a susto de la buena reina y los gritos de sus damas.

El heredero de don Ramón, esperanza del distrito, iba furioso; agitaba sus manos con nervioso temblor, como si quisiera abofetearse. Y con acento agresivo, como si hablase con su yo que abandonando la envoltura del cuerpo caminase delante de él, gritaba: ¡Imbécil!... ¡estúpido!... ¡¡Provinciano!!

Porque si bien entre los hombres es frecuente, entre los perros no lo es tanto. Y no sólo se le declaró enemigo irreconciliable, sino que logró arrastrar á otro sujeto con quien no había tenido en la vida reyerta alguna, el perro de Tomasón el molinero. Tanto le odiaba el uno como el otro. No sorprenderá, pues, que Talín caminase nervioso como su amo, aunque por diferente motivo.