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Cuando desapareció, el artista, cuyo carácter era firme cual la roca, enjugó, sin embargo, una lágrima. Después se levantó, tomó su paleta y púsose a pintar. Al día siguiente experimentó la sorpresa de ver a Calvat entrar en el taller. ¿Cómo te atreves a presentarte en mi casa? le preguntó con amenazadora gravedad.

El punto de partida era, pues, común, pero mientras Fabrice, por el no interrumpido esfuerzo y constante y austero trabajo, llegara poco a poco al ápice de su arte, Gustavo Calvat embotaba sus aptitudes y perdía lastimosamente el tiempo en palabras, proyectos, teorías, críticas trascendentales y elucubraciones estéticas que le conquistaban la admiración del bulevar de las Batignolles...

No la leeré replicó Jacques rechazando la mano de Calvat que le tendía la carta . ¡Sal de aquí al instante, y te prohibo que vuelvas jamás a poner los pies en mi casa! Ya me volverás a llamar, y como no soy rencoroso, volveré a tu primera palabra. Esa carta es de Pierrepont dirigida a tu mujer. Ahí te la dejo. La arrojó sobre la mesa y salió del taller.

Contábase en el número de estos últimos, uno que, para desgracia de Jacques, se creía éste en el deber de tolerar; llamábase el tal Gustavo Calvat, era hermano de la primera mujer de Fabrice y, por consecuencia, tío de Marcelita; sus relaciones con el pintor remontaban a la época, ya lejana, en que los dos fueron discípulos de idéntico maestro en el mismo taller.

Calvat era un infame, pero no era un tonto, y poseía, sobre todo, esos rastreros gustos de polizonte que son casi siempre sintomáticos en los bohemios de su cuño.

A pesar de todo, Fabrice continuaba acogiendo amistosamente a este triste pariente y aun sacándolo de muy repetidos aprietos monetarios, y se conducía así porque en su piedad de hombre honrado consideraba que aquél era el hermano de su primera mujer, criatura que, si enojosa en vida, reposaba ya en la huesa, después porque Calvat tenía un mérito siempre grande a los ojos de un padre; el de amar a su hija divirtiéndola al mismo tiempo, porque con sus tendencias y aficiones a la mímica, le representaba escenas de Guignol, imitaba el grito de diversos animales y los sonidos de varios instrumentos: era, en suma, un farsante que, con sus mil arlequinadas, arrancaba a la niña esas infantiles carcajadas que suenan tan gratas en los paternos oídos.

Nunca habían existido entre Pierrepont y aquel ejemplar, a quien Pedro encontraba de continuo en el taller de Fabrice, grandes simpatías, por cuya razón ponía Calvat esmeradísimo empeño en poner de relieve, sobre todo delante de Beatriz, a fin de mortificarla, las calaveradas del marqués, adivinando las secretas solidaridades de ésta con un hombre nacido en su misma clase social.

¡Bueno! vamos a hacer una apuesta si quieres. Con mucho gusto. ¿Estás hoy malo?... No tienes buen semblante. , no me encuentro bien... acabo de tener una escena muy desagradable con Calvat. ¡Ah!... precisamente salía cuando yo entraba. Ese miserable ha jurado a mi mujer un odio mortal. , desde hace tiempo. Ahora mismo la difamaba de una manera horrible.

Es la hija de mi hermana y eso me impone ciertos deberes. Fabrice bajó lentamente los escalones del andamiaje sobre que pintaba, y mirando fijamente a Calvat: ¿Qué me quieres decir con eso? Quiero decirte que Marcela está aquí en malísima escuela, y que no debe permanecer por más tiempo en ella. ¿Por qué?

Aunque el pintor continuase, bondadoso como era, recibiendo al taimado aprendiz en su casa y ayudándolo pecuniariamente, no podía pasar inadvertido para aquel ente que estorbaba, que no era con tanta frecuencia invitado a comer, que Beatriz, que se ocupaba mucho de la educación de Marcelita, evitaba el dejar a la niña a solas con él, y ante tales procederes, que Calvat consideraba verdaderos ultrajes, no había venganza que no se encontrase pronto a esgrimir contra aquella que paso a paso lo iba desalojando de una casa que él consideraba como suya.