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Visita las cárceles, las carnicerías y las plazas, que la presencia del gobernador en lugares tales es de mucha importancia: consuela a los presos, que esperan la brevedad de su despacho; es coco a los carniceros, que por entonces igualan los pesos, y es espantajo a las placeras, por la misma razón.

Maximiliano, como no tenía delante a su tía, se permitió una sonrisa burlona. Miraba en aquel momento a su tío el Sr. de Jáuregui, que le miraba también a él, como es consiguiente. No pudo menos de observar que el digno esposo de su tía era horrendo; ni comprendía cómo doña Lupe no se moría de miedo cuando se quedaba sola, de noche, en compañía de semejante espantajo.

Aquel verdadero espantajo se quitó de encima la piel de kanguro que le cubría las espaldas y parte de la lanuda cabeza, y empuñando con cómico ademán una especie de venablo, con la punta de hueso y adornado de un penacho de plumas, se adelantó hacia los pescadores, deteniéndose a diez pasos de ellos.

Porque ya no les tenían miedo.... ¿Y por qué no les tenían miedo? ¡Cristo! Porque ya no estaban abandonadas é incultas las tierras de Barret, aquel espantajo de desolación, que aterraba á los amos y les hacía ser dulces y transigentes. Se había roto el encanto.

Los de abajo, que se consuelan de sus humillaciones con un grosero materialismo, gritan á estas horas: «¡A París! ¡Vamos á beber champañ gratisLa burguesía pietista, capaz de todo por alcanzar un nuevo honor, y la aristocracia que ha dado al mundo los mayores escándalos de los últimos años, gritan igualmente: «¡A ParísParís es la Babilonia del pecado, la ciudad del Moulin Rouge y los restoranes de Montmartre, únicos lugares que ellos conocen... Y mis camaradas de la Social-Democracia también gritan; pero á éstos les han enseñado otro cántico: «¡A Moscou! ¡A Petersburgo! ¡Hay que aplastar la tiranía rusa, peligro de la civilizaciónEl kaiser manejando la tiranía de otro país como un espantajo para su pueblo... ¡qué risa!

Pero su peinado era primitivo, y en su bata se podían estudiar por inducción todas las incidencias del gobierno de una casa pobre. Una tarde había dicho a D. Manuel: «No me mire usted. Estoy hecha un espantajo». Y él le había contestado: «Así, y de todas maneras, siempre está usted preciosa», galantería que ella agradeció mucho.

Señora dijo Congosto con voz hueca, que antes que risa, como otras veces, me produjo un espanto indefinible . Señora, lord Gray morirá. Aquellas palabras retumbaron en mi cerebro. Miré a D. Pedro y me pareció trasfigurado. Aquel espantajo, recuerdo de los heroicos tiempos, dejó de ser a mis ojos una caricatura desde el momento en que me lo representé como providencial brazo de la justicia.

Vete, repito; es un hurto ruin el que intentas, dándome tu alma y tu cuerpo vendidos ya para siempre y sin rescate a ese espantajo de mujer que te da título y dinero. Don Jacinto pensó que La Caramba se había vuelto loca. Si no de su material violencia, tuvo miedo del alboroto, del escándalo y de la resonancia ridícula que podía tener aquella escena, si se prolongaba. Huyó, pues, casi despavorido.

Señora y madama dijo Ponte desencasquetándose el sombrero con gran dificultad . Caballero soy y me precio de saber tratar con damas elegantes; pero como de aquí ha salido la absurda especie, yo vengo a pedir explicaciones. Mi honor lo exige... ¿Y qué tenemos que ver nosotras con el honor de usted, so espantajo? gritó Juliana . ¡Ea, no es persona decente quien falta a las señoras!

Hízolo así el espantajo prodigioso, y, puesto en pie, alzó el antifaz del rostro y hizo patente la más horrenda, la más larga, la más blanca y más poblada barba que hasta entonces humanos ojos habían visto, y luego desencajó y arrancó del ancho y dilatado pecho una voz grave y sonora, y, poniendo los ojos en el duque, dijo: -Altísimo y poderoso señor, a me llaman Trifaldín el de la Barba Blanca; soy escudero de la condesa Trifaldi, por otro nombre llamada la Dueña Dolorida, de parte de la cual traigo a vuestra grandeza una embajada, y es que la vuestra magnificencia sea servida de darla facultad y licencia para entrar a decirle su cuita, que es una de las más nuevas y más admirables que el más cuitado pensamiento del orbe pueda haber pensado.