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Inclinados al hurto como los Itonamas, roban con tanta mas osadía cuanto que tienen la conciencia de ser temidos por las otras naciones, hasta el estremo de que se les deje impunemente entrar á saco en sus poblaciones. Debe entretanto hacerseles justicia de una bella prenda, su consecuencia y fidelidad, de que han dado repetidas pruebas.

Mi alma no la sufre. ¿Pretende quizás ese ateo malvado que me envilezca yo con el hurto? ¿Qué razón, qué derecho, qué sentimiento paternal invoca quien tan olvidado tuvo durante años el fruto de su amor... y de la cólera divina? V. dice bien: lo mejor sería que Clara se sepultase en un claustro, se consagrase á Dios.

Después del pecado no le incumbe el remedio si implica pecado nuevo, sino la penitencia. ¿Has expuesto ya todo el caso? No, padre; tiene otras complicaciones y puntos de vista. Dílos. ¿Qué piensa V. que debe hacer el hombre pecador, cómplice de la mujer, en aquel delito cuya consecuencia es el hurto, la usurpación de que hemos hablado? Lo mismo que he dicho del hijo y de la madre.

Celaría el corregidor y cabildo el buen orden del pueblo, procurando impedir los delitos públicos y ofensas a Dios, particularmente aquéllos en que son más viciosos estos naturales, como son los de incontinencia y ladronicio; y para que en estos últimos no quedasen los agravios sin la debida satisfacción, si el ladrón tenía haberes se satisfaría de ellos el hurto, dándole el correspondiente castigo; y si era tan pobre que nada tenía, se satisfaría el robo al interesado de los bienes de la factoría, y se aplicaría el reo a que trabajase a beneficio de ella por el tiempo que fuese necesario para devengar lo que por él se había pagado, y dándole su merecido castigo, entendiéndose en uno y otro caso estar bien averiguado el robo y quién lo hizo, para no dar lugar a injusticias.

Conocíle, admiréme y alegréme; él me miró a hurto de mi padre, de quien él siempre se esconde cuando atraviesa por delante de en los caminos y en las posadas do llegamos; y, como yo quién es, y considero que por amor de viene a pie y con tanto trabajo, muérome de pesadumbre, y adonde él pone los pies pongo yo los ojos.

Mi deber era, pues, callar; hacer lo menos amarga posible la vida de este débil y dulce compañero que el cielo me ha dado, disimular, ocultar, hasta donde cabe... mi falta de amor... mi injusta, impía, irracional, involuntaria falta de estimación. Así se explican el engaño y la persistencia en el engaño; pero la vileza del hurto no cabe en .

Un nuevo registro en la villa Cyclamens más minucioso que el anterior, excluyó la idea de que hubiera dinero oculto en la casa, y por último, el interrogatorio de los sirvientes fue igualmente contrario a la sospecha. No quedaba, por lo tanto, más que la hipótesis de la intención del hurto, y Ferpierre no creía en ella.

Atónito quedó Andrés viendo el amor que le mostraban, y en breves razones doña Guiomar contó la pérdida de su hija y su hallazgo, con las certísimas señas que la gitana vieja había dado de su hurto; con que acabó don Juan de quedar atónito y suspenso, pero alegre sobre todo encarecimiento: abrazó a sus suegros; llamólos padres y señores suyos; besó las manos a Preciosa, que con lágrimas le pedía las suyas.

Con respecto a la peor de las sospechas, la de un homicidio por hurto, había recibido el juez noticias de Milán, muy desfavorables para los acusados. De las declaraciones del cajero de la casa d'Arda, resultaba que las sumas de dinero que debía tener la Condesa eran mucho mayores que las encontradas en la villa. Pero Ferpierre tuvo por autos las pruebas de que el hurto no había sido cometido.

Hijo Andrés, reposad ahora en el nido debajo de nuestras alas; que a su tiempo os sacaremos a volar, y en parte donde no volváis sin presa, y lo dicho dicho: que os habéis de lamer los dedos tras cada hurto. Pues para recompensar dijo Andrés lo que yo podía hurtar en este tiempo que se me da de venia, quiero repartir docientos escudos de oro entre todos los del rancho.