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Ya lo anuncié yo decía con suficiencia en los corrillos del atrio del Casino, donde le escuchaban por su condición de militar . El kaiser ha aglomerado en Francia todas las tropas que tenía en Rusia. ¿Quien no esperaba esto?... Y los nuestros son indudablemente inferiores en número.

Mientras los extranjeros permanecían impasibles, ellos reían con sonoras carcajadas, echándose atrás en sus asientos. Y cuando el auditorio alemán permanecía frío, el cuentista apelaba á un recurso infalible para remediar su falta de éxito. A kaiser le contaron este cuento, y cuando kaiser lo oyó, kaiser rió mucho. No necesitaba decir más.

Lo único que creía de verdad era lo del tiro, en caso de una derrota alemana. Conozco bien al kaiser seguía diciendo . No es mas que un teniente; un teniente que se ha hecho viejo, conservando los aturdimientos y las petulancias de la juventud. Pero tiene el pundonor del oficial que, al verse perdido, se lleva el revólver á la frente. Ustedes verán cómo termina así, en caso de una derrota.

No parece que se explica mal Neptuno dijo Maltrana en voz baja . Ahora está hablando de su emperador. Ha dicho kaiser dos veces; eso lo entiendo... ¡Raza notable! Creo que a los capitanes alemanes les dan lecciones de oratoria en Hamburgo y además les enseñan a bailar. Sin tales requisitos, la Compañía no entrega un buque a uno de estos padres de familia... Lo mismo son los músicos de a bordo.

Los peores zares fueron imitadores de Prusia. En nuestros tiempos, cada vez que el pueblo ruso ó polaco ha intentado reivindicar sus derechos, los reaccionarios emplearon al kaiser como una amenaza, afirmando que vendría en su auxilio.

Un día vi cómo por broma peinaba á uno de nuestros capataces y le arreglaba los bigotes en punta, á estilo del kaiser Guillermo. Mandé que le diesen de beber todo lo que quisiera. Es el medio más seguro de que esos hombres hablen, y él habló.

El kaiser pega á sus retoños, el oficial á sus soldados, el padre á sus hijos y á la mujer, el maestro á los alumnos; y cuando el superior no puede dar golpes, impone á los que tiene debajo el tormento del ultraje moral. Por eso cuando abandonaban su vida ordinaria, tomando las armas para caer sobre otro grupo humano, eran de una ferocidad implacable.

Habría escrito al kaiser ó á Hindenburg, enviándolos un millón, dos millones, lo que pidieran. «Ya que ustedes restablecen la esclavitud y saquean los pueblos, ahí va dinero. Devuélvanme á mi hijo.» Y lo tendría ya á mi lado. ¡Pero soy pobre!... ¡Si supieras cómo amo ahora el dinero, sólo por él!

Todos esperaban de un momento á otro la noticia de la entrada del kaiser en la capital. Hombres graves que no habían hecho nada en toda su vida criticaban los defectos y descuidos de la República.

El pobre mozo del bar, amigo Ojeda, ese rubio con bigotes a lo kaiser, se movía incesantemente de una mesa a otra, descorchando botellas de champán, llenando copas, recogiendo del suelo vidrios rotos. Al principio estaban por grupos: a un lado los sudamericanos, al otro los yanquis y los ingleses, más allá los alemanes, pretendiendo cada uno sobrepujar al vecino en generosidad.