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Actualizado: 20 de mayo de 2025
La patria alemana era grandiosa por la fecundidad de sus mujeres. El kaiser, con sus hipérboles de artista, había hecho constar que la verdadera belleza alemana debe tener el talle á partir de un metro cincuenta. Cuando entró Desnoyers en el fumadero para ocupar el asiento que le reservaba la consejera, el marido y sus opulentos camaradas tenían la baraja inactiva sobre el verde tapete.
El llevaba un nombre francés, tenía sangre francesa, y lo que hacían aquellos gringos que las más de las veces le parecían ridículos y ordinarios era digno de agradecimiento. ¡Los subditos del kaiser festejando la gran fecha de la Revolución!... Creyó estar asistiendo á un gran suceso histórico.
Por mi parte, es con ese espíritu con el que las oigo; pero los «tenedoróa» y los «elegantía» me producen el efecto de duros sevillanos entre monedas romanas. La guerra ha terminado en todo el mundo excepto en España. Los alemanes se han rendido, pero no así los germanófilos, quienes siguen apoyando al káiser y cantando las victorias de Hindenburg.
Lo que pasa es que los alemanes no se han enterado aún del resultado de la guerra. Saben que su ejército ha sido vencido; saben que el Káiser ha abdicado; saben todo esto vaga y confusamente; pero no saben nada más. Dentro de veinte años, sin embargo, las cosas cambiarán radicalmente.
El Ejército alemán, con un material formidable y una dirección de primer orden, tardó cuatro años en arrasar Reims a satisfacción del Káiser; y siendo Reims una de las ciudades más ricas de Francia, invirtió en la destrucción tanto como lo que ella valía. Claro que nosotros no somos tan exigentes como el ex Káiser.
El kaiser era un hombre excelente, sus soldados unos caballeros, el ejército alemán un ejemplo de civilización y de bondad. Su marido había pertenecido á este ejército; sus hijos marchaban en sus filas. Y ella conocía á sus hijos: unos jóvenes bien educados, incapaces de ninguna mala acción.
La pobre Alemania había tenido que defenderse. El kaiser era el hombre de la paz, á pesar de que durante muchos años había preparado metódicamente una fuerza militar capaz de aplastar á la humanidad entera. Todos le habían provocado, todos habían sido los primeros en agredirle.
Tenía cara de buena persona, con sus ojos claros y su barba canosa y puntiaguda. Casi le inspiró una tierna compasión por sus abrumadores deberes de padre. Mientras tanto, la voz de la doctora cantaba las glorias de su pariente. ¡Un héroe!... Nuestro gracioso kaiser le ha dado la Cruz de Hierro. Varias capitales lo han hecho ciudadano honorífico... ¡Dios castiga á Inglaterra!
Los de abajo, que se consuelan de sus humillaciones con un grosero materialismo, gritan á estas horas: «¡A París! ¡Vamos á beber champañ gratis!» La burguesía pietista, capaz de todo por alcanzar un nuevo honor, y la aristocracia que ha dado al mundo los mayores escándalos de los últimos años, gritan igualmente: «¡A París!» París es la Babilonia del pecado, la ciudad del Moulin Rouge y los restoranes de Montmartre, únicos lugares que ellos conocen... Y mis camaradas de la Social-Democracia también gritan; pero á éstos les han enseñado otro cántico: «¡A Moscou! ¡A Petersburgo! ¡Hay que aplastar la tiranía rusa, peligro de la civilización!» El kaiser manejando la tiranía de otro país como un espantajo para su pueblo... ¡qué risa!
Palabra del Dia
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