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Actualizado: 20 de mayo de 2025
Todos los comestibles de precio que destinaba á su hijo iban á servir para que los reservistas de Alemania encargados de la custodia de los prisioneros cenasen alegremente, con una alegría de mastines feroces, brindando por la gloria de su kaiser y el triunfo de su pueblo sobra el mundo entero. ¡Dios mío! ¿Qué hacer?...
Pensaban ofrecerlo al kaiser Guillermo II, resignados á sufrir sus exigencias de aprovechado comerciante, cuando se presentó el príncipe Lubimoff.
¡Y pensar que ha habido exaltados que mataron á jefes de gobierno buenos ó insignificantes!... ¡Y ni uno solo se le ocurrió suprimir al kaiser! Que no me hablen de los anarquistas... No creo en ellos. Esta explosión de ira se desvaneció inmediatamente. Otra vez su dolor desesperado la hizo gemir.
El kaiser de la cultura ha trabajado años y años en el montaje y engrasamiento de un organismo destructivo como nunca se conoció, para aplastar á toda Europa. El ruso es un cristiano humilde, igualitario, democrático, sediento de justicia; el alemán alardea de cristianismo, pero es un idólatra como los germanos de otros siglos.
Este, con el movimiento de sus ojos, parecía hablarle. «Está loco decía . Estos alemanes están locos de orgullo.» Mientras tanto, el profesor, incapaz de contener su entusiasmo, seguía exponiendo las grandezas de su raza. La fe sufre eclipses hasta en los espíritus más superiores. Por esto el kaiser providencial había mostrado inexplicables desfallecimientos.
Había osado atacar al Imperio más grande de la tierra, él, un hombre solo, un simple capitán mercante, privando al kaiser de uno de sus más valiosos servidores. ¿Qué has hecho, Ulises?... ¿qué has hecho? dijo otra vez. Y Ferragut acabó por reconocer en esta voz un verdadero interés por su persona, un miedo enorme ante los peligros de que le creía amenazado.
Al año siguiente de la adquisición del Gaviota II se había tropezado en dichos parajes con el yate imperial. El kaiser, como un vecino entremetido y omnisciente, vino á verle para curiosear en su buque, examinándolo todo, dando consejos, pasando revista á los hombres y á las cosas, disertando sobre las máquinas é interrumpiéndose para aconsejar variaciones en el uniforme de la tripulación.
¿Qué hay de la guerra? lo había dicho Argensola antes de preguntarle por el resultado de su viaje . Tú vienes de fuera y debes saber mucho. Luego se había dormido en su antigua cama, guardadora de gratos recuerdos, mientras el «secretario» paseaba por el estudio hablando de Servia, de Rusia y del kaiser.
Todos se aglomeraban á la vista del mar, con la esperanza de ser los primeros en embarcarse apenas se abriese para ellos el camino de la navegación. La guerra iba á ser muy corta, ¡cortísima! El kaiser y sus irresistibles ejércitos sólo necesitaban seis meses para imponer la ley á toda Europa. Las familias germánicas enriquecidas por el comercio se habían alojado en los hoteles.
El marino empezó á sentirse inquieto en esta soledad que le parecía hostil, mirando fijamente el retrato del kaiser... ¡Y él que no llevaba armas! Volvió á presentarse la sonriente mujer con el mismo deslizamiento silencioso. Pase usted, don Ulises. Había abierto una puerta, y Ferragut, al avanzar, sintió que esta puerta se cerraba á sus espaldas.
Palabra del Dia
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