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A media tarde se vistió, aún con mayores atildaduras que el día antes. ¡A casa de su buena amiga sin parar! Llegó sereno, llamó con brío, preguntó lo que es de costumbre; y sin aguardar la respuesta, para ganar tiempo y economizar trámites, dio su nombre y apellido antes que se los pidieran.

Sucedió que una norteamericana millonaria y extravagante le ofreció comprarle sus vampiros... Pidió ella un precio disparatado, justo el que le pidieran por un joven y gigantesco mono chimpancé que deseaba domesticar... Y la norteamericana, encaprichada con los vampiros, después de regatear en vano, acabó por pagarle a Catalina el precio que fijara.

Y que estos apoderados estuviesen dependientes y sujetos a los respectivos pueblos de quien tuviesen encomiendas, para arreglarse a sus disposiciones, rendir las cuentas cuando se las pidieran y todo lo demás concerniente al manejo que administraba, entendiéndose sin perjuicio de las disposiciones y reglas que tuviese a bien darles la Superioridad, y demás que expresaré cuando trate del gobierno político de estos pueblos y modo con que los factores deberían rendir sus cuentas.

De todas suertes, nada más fácil que resolver lo contrario desde allá, si así lo pidieran las circunstancias.

Estaba el vizcaíno tan turbado que no podía responder palabra, y él lo pasara mal, según estaba ciego don Quijote, si las señoras del coche, que hasta entonces con gran desmayo habían mirado la pendencia, no fueran adonde estaba y le pidieran con mucho encarecimiento les hiciese tan gran merced y favor de perdonar la vida a aquel su escudero.

Pero de pronto la institución empezó a crecer; se hinchaba y cundía como las miserias humanas, y sus necesidades subían en proporciones aterradoras. La dama pignoró los restos de su legítima; después tuvo que venderlos. Gracias a sus parientes, no se vio en el trance fatal de tener que mandar a la calle a los asilados a que pidieran limosna para y para la fundadora.

Habría escrito al kaiser ó á Hindenburg, enviándolos un millón, dos millones, lo que pidieran. «Ya que ustedes restablecen la esclavitud y saquean los pueblos, ahí va dinero. Devuélvanme á mi hijo.» Y lo tendría ya á mi lado. ¡Pero soy pobre!... ¡Si supieras cómo amo ahora el dinero, sólo por él!

Los dos tenéis razón y los dos estáis equivocados; eso es lo que sostengo siempre. Yo opino como el señor Macey que hay dos opiniones, y si me pidieran la mía, yo diría que él y Winthrop los dos tienen razón. Tookey tiene razón y Winthrop también; no tienen más que cortar la pera en dos para estar de acuerdo.

A los ojos del profano vulgo, D. Marcos era siempre el mismo. Aconsejaba á los jóvenes, procurando guiarles por el camino de la alcantarilla. Daba su opinión siempre que se la pidieran, y no negaba elogios á los escritores noveles, siempre que fuesen de su escuela colorista, que era la escuela del betún.

Puntas de hierro candentes le pinchaban por la espalda, las manos le temblaban como si le pidieran una estrangulación con que calmar sus ansias; un calor insoportable le subía de las piernas al cerebro. Las tinieblas se espesaban, le envolvían en una atmósfera tibia, sofocante, como si se hallase en un subterráneo.