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Noté que nadie se reía de ; que nadie me miraba, que todos, cuando pasaba junto á ellos el capitán, que me llevaba de la mano, se descubrían. Era él el capitán de la galera, y además muy rico y muy principal. Por eso me respetaban todos. Y yo iba mal vestida, despeinada, descalza. Y, sin embargo, don Hugo de Alvarado, que así se llamaba mi esposo...

Fortunata quiso sobreponerse a aquel suplicio, y sacudiendo la despeinada cabeza, como para alejar y espantar una convicción que quería penetrar en ella, le dijo: «¿Qué historias me vienes a contar ahí?... Déjame en paz». Esto que te cuento no es un enredo; es verdad. Ese hombre está enamorado de otra mujer, y la conoces. Aprende, pues.

A las ocho le dijo Antoñona que D. Luis iba a venir; y Pepita, que hablaba de morirse, que tenía los ojos encendidos y los párpados un poquito inflamados de llorar y que estaba bastante despeinada, no pensó desde entonces sino en componerse y arreglarse para recibir a D. Luis.

También ella estaba despeinada y triste, con los labios blancos, las ojeras negras, los ojos huraños, el vestido a medio ceñir.... ¡Qué feos estaban el pobre Niño de madera y la pobre niña de carne!... Y se sonrió otra vez como una idiota. Por su puerta entreabierta entró en aquel momento un agrio rumor semejante al graznido del cárabo.

Llevaba la cabeza despeinada, la barba larga, su color era lívido y su mirada extraviada; a pesar del rigor de la estación, sólo le cubría una especie de túnica grosera, pujada por el viento, caía en torbellinos sobre su cabeza y un aquilón helado silbaba entre los pliegues de su ropa. Finalmente, cuando el sol declinaba, se levantó de su asiento, y se alejó con paso precipitado.

En Peleches Rayana la hora de comer, don Alejandro Bermúdez hizo un montón con las cartas que había escrito en toda la mañana sin levantar cabeza; se restregó las manos muy satisfecho, como aquél que alivia la conciencia de un gran peso; dio unas pataditas para desentumecerse mientras guardaba las gafas de oro en el estuche, y salió del gabinete a la sala; precisamente en el mismo instante en que entraba Nieves en ella para ir al suyo, en traje de campo, algo agitada de respiración, y hubiera jurado don Alejandro que un tantico desencajada de semblante y despeinada, a lo que podía verse por debajo del ala del sombrero, muy caída sobre los ojos...

Sin aliño y despeinada, Josefina debía parecer poca cosa; ayudada por el tocado, adquiría cierta postiza morbidez.

Muchas, sofocadas por aquel ambiente, se habían quitado la máscara, saltaban con las mejillas rojas y los ojos brillantes, dejándose arrebatar en el torbellino del baile. Unas se desplomaban con lánguido abandono en los brazos de sus galanes, abatidas, mareadas, reposando la cabeza despeinada sobre sus hombros.

Encontré a Lituca de la misma traza que cuando la conocí y como la había visto muchas veces mientras vivió en mi casa, de trapillo y trajinando; con un chal de abrigo cruzado en el pecho y anudado atrás, despeinada y con una bayeta en la mano, dale que le das para despolvorear los muebles, y soba que soba para sacarles brillo.

Reclamación imperiosa de la Naturaleza... la Naturaleza diciendo auméntame... No hay medio de oponerse... la especie humana que grita quiero crecer... ¿Me entiendes? ¿Hablo con claridad? ¿Necesitaré emplear parábolas o ejemplos?». Fortunata entendía, y seguía balanceándose de atrás adelante, acentuando las afirmaciones con su cabeza despeinada. «Pues no te digo más.