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Por las mañanas abordaba a los primeros que subían a la cubierta. «Buenos días, señor. ¿Qué tal la nocheHabía gentes afectuosas que le contestaban con agradecimiento, entablando amistosa conversación, como si se conociesen de larga fecha; otros, recelosos y huraños, respondían con gruñidos o continuaban su paseo.

En una palabra: me imaginé que Castro Pérez era uno de esos abogados viejos, repletos de latines, que se saben de memoria las Partidas, que tienen pujos de canonistas, y que escriben errar con «h»; «teólogos de capote», como los llamaron «in illo témpore»; peritos en las triquiñuelas jurídicas, pero vacuos de todo lo demás; habilísimos para ocultar su ignorancia, y desdeñosos de cuanto no entienden; que miran a todo el mundo con aire de protección, y que apareciendo graves y sesudos, mostrándose inaccesibles y huraños pasan por unos portentos y vienen a ser, en pueblos y ciudades como Villaverde, señores de vidas y haciendas.

Körner había venido directamente de Sajonia a dirigir una fábrica de fundición, establecida por un industrial al pie de unas minas de hierro, en la región más montañosa de la provincia; allá, hacia donde tenían sus guaridas los Valcárcel pobres y huraños. El primo Sebastián, algo más comunicativo, que iba y venía de la ciudad a la montaña, fue quien presentó al Sr. Körner a Nepomuceno.

Cuando llegamos a casa, me miró fijamente, como si yo fuese una persona mayor. «Oye, Luis me dijo , y acuérdate bien de esto. En el mundo no hay más que un "Señor": Nuestro Señor Jesucristo, y dos "señoritos": Galileo y Beethoven...» El músico miró amorosamente el busto de yeso que desde una rinconera contemplaba el cuartucho con entrecejo de león y ojos huraños de sordo.

Todo cuanto le rodeaba se le aparecía bajo los más tristes y negros colores; la bahía, desierta y solitaria, parecía más solitaria todavía por los pocos vapores que en ella fondeaban; el sol iba á morir detrás de Mariveles, sin poesía y sin encantos, sin las nubes caprichosas y ricas en colores de las tardes bienaventuradas; el monumento de Anda, de mal gusto, mezquino y recargado, sin estilo, sin grandeza: parecía un sorbete ó á lo más un pastel; los señores que se paseaban por el Malecon, apesar de tener un aire satisfecho y contento, le parecían huraños, altivos y vanos; traviesos y mal educados, los chicos que jugaban en la playa haciendo saltar sobre las ondas las piedras planas de la ribera, ó buscando en la arena moluscos y crustáceos que cogen por coger y los matan sin sacar de ellos provecho, en fin hasta las eternas obras del puerto á que había dedicado más de tres odas, le parecían absurdas, ridículas, juego de chiquillos.

En cuanto al moral, se observan igualmente accesos de furor y de melancolía, ansiedad que alterna con arrebatos ridículos, la dulzura con la obstinacion; agitacion continua, ocupaciones imaginarias, falta de aptitud para el trabajo, accesos de enajenacion mental con ojos huraños.

También ella estaba despeinada y triste, con los labios blancos, las ojeras negras, los ojos huraños, el vestido a medio ceñir.... ¡Qué feos estaban el pobre Niño de madera y la pobre niña de carne!... Y se sonrió otra vez como una idiota. Por su puerta entreabierta entró en aquel momento un agrio rumor semejante al graznido del cárabo.

Dotados de un carácter flexible y bastante novelero, si salen de su país intolerantes, extremosos y un tanto huraños, vuelven parisienses por los cuatro costados, olvidándose, por una metamorfosis completa, de la sencillez de sus costumbres primitivas.

Los varones, agrios, displicentes, huraños, sombríos; las mujeres, tímidas, asustadizas, amables, pero con amabilidad monjil. La vida como las cosas y las personas.

¡Oh romanza que gustas cantar, la frente adormecida y las alas plegadas, entre las hojas verdes agitadas a lo lejos sobre algún lago umbrío, has sido para un papagayo de vivos colores, un pájaro muy familiar; me has enseñado a leer mi alfabeto, a balbucear todas mis primeras palabras, mientras que, niño de mirada sagaz, me hundía en huraños bosques.