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Actualizado: 23 de junio de 2025
Pasábase horas y horas correteando sin objeto al través de la ciudad, y volvía a casa con los pies descalzos y manchados de lodo, la saya en jirones, hecha una sopa, mocosa, despeinada, perdida, y rebosando dicha y salud por los poros de su cuerpo.
Una mañana me acerqué al faro de las Ánimas. Al asomarme a la plataforma vi a uno de los chicos del torrero y le pregunté: ¿Está tu hermana? ¿Quién, Quenoveva? Sí. Aquí está. Bajé, y me encontré a la muchacha, despeinada, con las piernas desnudas, envuelta en una falda hecha jirones. Estaba lavando. Al verme, se levantó avergonzada; yo la tranquilicé y le expliqué a lo que iba.
Vestía levita negra, larga, amplia, flotante y no muy limpia. Más que levita parecía una basquiña. Sobre la cabeza grande y despeinada llevaba un sombrero de copa bastante viejo y también despeinado que no la tapaba sino a medias. ¡Viva mil años el ilustre Pareja exclamó Núñez , el sabio enciclopédico, que es honra del Ateneo y gloria de su patria!
Esto no es leal dijo con voz jadeante . Debo estar despeinada... Va usted á romper mi sombrero... ¡Estese quieto! Si insiste usted, le abandono. Vióse al fin obligada á defenderse con tal brusquedad, que Pirovani creyó llegado el momento de intervenir, avanzando resueltamente dentro del cenador.
La viuda de Villanera ofrecía un aspecto terrorífico. Aquella mujer alta, negra, sucia y despeinada, no lloraba más que su hijo, pero en sus grandes y azorados ojos se leía un poema de dolor. No hablaba con nadie, no veía a nadie y dejaba que sus huéspedes se hiciesen ellos mismos los honores de la casa.
No hay alpiste que valga contra estas cosas. Llega un dia en que, al amanecer, se abren las puertas de una casa, y una jóven baja la escalera, con un envoltorio en la mano, despeinada, trémula, azarosa, paladeando sin cesar, porque la saliva pegaba sus labios; esa jóven atraviesa furtivamente algunas calles, mira hácia atrás y vuelve á correr, hasta que llega á un punto en donde un hombre la esperaba.
Un largo espacio de silencio. Abajo despertaban los dos amantes estrechamente abrazados en el éxtasis todavía de aquel canto de amor. Leonora apoyaba su despeinada cabeza en el hombro de Rafael. Acariciaba su cuello con la anhelante y fatigada respiración que agitaba su pecho. Murmuraba junto a su oído frases incoherentes, en las que aún vibraba la emoción. ¡Qué feliz se sentía allí!
Lo mismo la veían en las principales calles elegantemente vestida o en el Campo de la Feria en un lujoso carruaje, como se presentaba despeinada y envuelta en un mantón copiando el andar de las mozas bravas y contestando a los requiebros de los hombres con palabras que ruborizaban a muchos.
Palabra del Dia
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