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El segundo jinete, el del caballo rojo, manejaba el enorme mandoble sobre sus cabellos, erizados por la violencia de la carrera. Era joven, pero el fiero entrecejo y la boca contraída le daban una expresión de ferocidad implacable. Sus vestiduras, arremolinadas por el impulso del galope, dejaban al descubierto una musculatura atlética.

La falúa se inclinó blandamente sobre un costado al recibir el peso de su amo, como si le hiciese una reverencia cariñosa. Las niñas todas, incluyendo por supuesto a las señoritas de Delgado, fueron saltando después, apoyadas en la atlética mano de don Mariano; los caballeros las siguieron. Una vez llena la primera falúa, pasose a cargar la segunda, que a su vez no tardó también en llenarse.

¡Oh!, entonces el furor del infeliz don Mariano estalló terrible y alborotado como el del mar en momentos de borrasca, como el de un volcán en erupción. Su atlética figura cayó sobre el grupo de curiosos que tenía más cerca y lo deshizo del primer empuje, volcando a los hombres por el suelo cual si fuesen de paja. Los que quedaron en pie huyeron, sin esperar la segunda arremetida.

Una dulce melancolía penetraba en su alma al contacto de aquellos sitios donde tan feliz había sido. Le parecía que su dicha no había muerto, que aún estaba allí guardada esperándola. Vagamente soñaba con ver surgir del parque la gran figura atlética de su marido y escuchar su risa sonora. No era posible, no, que todo aquello hubiera muerto para siempre.

Además ¡éramos tan excelentes compañeros!... Yo me sentí repentinamente de su edad; no: más joven aún que él. Jorge me daba consejos con su cordura precoz, y yo le obedecía como una hermana mas pequeña. Se dejaba arrastrar por su mama á un mundo de placeres y elegancias que le deslumbraba después de su vida sobria y atlética junto á un educador severo.

Y las lágrimas del buen caballero se filtraban por el tejido del damasco y su atlética figura se agitaba convulsivamente a impulsos de los gemidos. Después sintió una gran curiosidad, una de esas terribles curiosidades que suelen fascinar en tales momentos y dejar señal indeleble en la memoria del que las ha satisfecho.

Sólo por su juventud, pues no contaría más de veinte años, merecía el marquesito este diminutivo que todo el mundo le aplicaba. Por lo demás era un muchacho corpulento, rubio como el oro y con una expresión infantil en el rostro que contrastaba con la apariencia atlética de su musculatura. Los modales correspondían a aquella expresión: parecía un niño grande.

Tal como ahora le hallamos, todavía llamaba la atención por su fisonomía simpática y venerable, y por su figura atlética. Con la violencia de la tos, su temperamento sanguíneo experimentó una fuerte sacudida: el rostro se coloreó excesivamente. Cuando hubo cesado, tornó a coger el hilo del discurso.

Rápidamente se descuelga la chaqueta de paño verde, se despoja del chaleco floreado, tira la montera y agarrando la barra afianza sus pies en el tiro y se yergue. No hay nadie que no admire la gentileza de aquel mozo imberbe. Su musculatura atlética contrasta con las líneas puras, delicadas de su rostro de adolescente.

Míster Power entró al mismo tiempo en la cubierta, con toda la lozanía de su atlética belleza, para recibir, conmovido y ruboroso, el abrazo violento de la señora, que casi se colgó de su cuello. Llovieron besos sobre su bigote recortado, besos ruidosos que a Fernando le pareció que iban dedicados a su persona con una intención maligna.