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¡Padre San Vicente! mugía . ¡Cristo del Grao!... En vano le llamó el capitán. No podía oírle. Siguió nadando con toda la fuerza de su fe, repitiendo sus piadosas invocaciones entre bufidos ruidosos. Un tonel remontó la cresta de una ola, rodando por la ladera contraria.

Aquélla no quiso asistir desde un palco por no hacerse demasiado visible, cosa harto enojosa, si la obra no lograba buen éxito. Reynoso se quedó también con Tristán en casa, dispuesto a trasladarse al teatro en cuanto se viese el cariz que presentaba el asunto. El primer acto produjo agradable efecto en el público, aunque no se le tributaron aplausos muy ruidosos.

Lubimoff permanecía inmóvil, acodado en la baranda, con la mandíbula en una mano, como si no viese este río encajonado de hombres deslizándose más abajo de sus pies. Los ruidosos marineros, al alejarse, volvían la cabeza, repitiendo sus gritos y saludos, como si quisieran despertar á esta figura humana, rígida y adherida á la balaustrada lo mismo que si formase parte de su ornamentación.

La visión de un jardín, y de una mujer, marchaban ante él por los negros y ruidosos talleres, embelleciéndolo todo como un rayo de sol. Una tarde de verano, escribía Sanabre en su despacho, junto á una ventana abierta que encuadraba un pedazo de la ría, con dos vapores, un trozo de cielo azul cortado por varias chimeneas y el monte de la orilla opuesta.

Y para más aturdirse, para olvidar la pena que le roía el alma fue más allá de lo que la prudencia aconsejaría a una mujer en su caso. Lanzose a una vida de placeres ruidosos; teatros, paseos, partidas de tresillo, tiendas, modistas, cenas a última hora con sus flamantes amigas y adláteres. Estas no la dejaban ni de noche ni de día.

Maltrana, al venir en el carruaje, estremecíase pensando en el horror de la despedida, llantos, gritos, abrazos, y tal vez un nuevo ataque de la enferma. No fue así; no hubo nada de esto. Sólo un silencio, una sencillez en la separación, más desgarradora que los extremos ruidosos del dolor. El médico habló de las recomendaciones que había hecho a su compañero de la clínica de partos.

No tenía miedo, como el poeta, a encontrarse con su dolor a solas, y caminaba por aquel lugar poco frecuentado, saboreando con gozo cruel el hondo pesar que, de vez en cuando, estallaba en ruidosos suspiros. Sentía en torno de su persona la imagen invisible de un padre que no había conocido. El recuerdo del pobre Melchor Peña le inspiraba cierta conmiseración. Aquél también había vivido engañado.

Los jugadores seguían en sus alternativas de silencio y ruidosos altercados. El P. Gil quedó mudo y pensativo, impresionado con lo que acababa de oír y decir. La figura de Montesinos, a quien no había visto más de tres o cuatro veces en su vida, y eso de lejos, flotaba en su imaginación despertando en él viva curiosidad.

Todas las demás, lloriqueando, la felicitaban con ruidosos aspavientos, y por fin la misma santa hubo de mandar que cesaran aquellas manifestaciones de regocijo, porque la enferma se afectaba mucho, y podría resultarle algún retroceso peligroso.

Una hora después atravesaban la brecha, cogidos del brazo, riendo de aquella escapatoria de colegiales traviesos, estrechándose el uno contra otro, turbando con besos ruidosos e insolentes el majestuoso silencio del campo.