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Cerca de una hora hacía que la conversación giraba alrededor de este asunto, y ya comenzaba á interpretarse de diversos modos la ausencia del recién venido, á quien uno de los presentes, antiguo compañero suyo de colegio, había citado para el Zocodover, cuando en una de las boca-calles de la plaza apareció al fin nuestro bizarro capitán despojado de su ancho capotón de guerra, luciendo un gran casco de metal con penacho de plumas blancas, una casaca azul turquí con vueltas rojas y un magnífico mandoble con vaina de acero, que resonaba arrastrándose al compás de sus marciales pasos y del golpe seco y agudo de sus espuelas de oro.

Después ordenábamos su colección de armas, los cascos de oro con anchas carrilleras, las corazas, las cotas de mallas y esos largos sables de mandoble que requirieron su caballero templario y con los cuales puede abrirse el vientre tan bien.

El Gran Inquisidor de Mallorca hablaba de una visita con familiares y alguaciles a las habitaciones del comendador; pero éste, que era primo suyo, le anunció por carta su propósito de abrirle la cabeza con un mandoble de abordaje apenas avanzase un pie sobre el primer peldaño de su escalera.

El segundo jinete, el del caballo rojo, manejaba el enorme mandoble sobre sus cabellos, erizados por la violencia de la carrera. Era joven, pero el fiero entrecejo y la boca contraída le daban una expresión de ferocidad implacable. Sus vestiduras, arremolinadas por el impulso del galope, dejaban al descubierto una musculatura atlética.

Además, las empecatadas Cortes, decretando la abolición de los señoríos, habían cercenado las cuantiosas rentas de la catedral, adquiridas en los siglos en que los arzobispos de Toledo se calaban el casco y andaban con los moros a golpes de mandoble.

Quejábase con harta razón Fernandito de su falta de memoria, síntoma fatal a veces de los reblandecimientos cerebrales. Mas Diógenes, que no perdonaba ocasión de descargar su terrible mandoble, púsose a recitar como si leyera en el periódico: Hablando de cierta historia, A un necio se preguntó: ¿Te acuerdas ? Y respondió: Esperen que haga memoria.

El reino chico cuyo dueño absoluto era el señor, ya no es más que un distrito cualquiera, y el descendiente de los antiguos barones para nada le sirve el enmohecido mandoble de sus antepasados.

Varios porta-espada, dejando en el suelo su brillante mandoble, se confundieron con los esclavos medio desnudos, deseosos de tocar y examinar de cerca el misterioso mecanismo. Mientras tanto, el personaje encargado de la lectura del inventario recitaba á través de su portavoz los informes del profesor Flimnap.