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¿Quién no conoce en la montaña al directo descendiente de los paladines y ricohombres gallegos, al infatigable cazador, al acérrimo tradicionalista? Ramonciño Limioso contaría a la sazón poco más de veintiséis años, pero ya sus bigotes, sus cejas, su cabello y sus facciones todas tenían una gravedad melancólica y dignidad algún tanto burlesca para quien por primera vez lo veía.

El blanco albornoz de la incógnita pasó rozando el terciopelo granate del abrigo de Currita, y una frase alemana, que esta pudo oír y no pudo entender: «Ahí la tienes», pareció caer entonces de la nariz corva y afilada, y ambos fantasmas desaparecieron entre el gentío precedidos de un groom monísimo que apenas contaría doce años.

Yo se la contaría á usted, señor comisario, pero temo molestarle. Además, no cómo termina; no me dejaron ver el final. El comisario había vuelto á mirar al techo y á silbar por lo bajo para distraer su impaciencia.

Más de una mujer revolvióse en la cama, turbando con su inquietud el sueño de su marido, que protestaba indignado. «¡Pero maldita! ¿no pensaba en dormir?...» «No; no podía: aquel niño turbaba su sueño. ¡Pobrecito! ¿Qué le contaría al Señor cuando entrase en el cielo?...»

Si yo tuviera tiempo ahora, te contaría infinitos casos de pecadillos cometidos con una reserva absoluta, sin el menor escándalo, sin la menor ofensa del decoro que todos nos debemos... Te pasmarías. Oye bien lo que te digo, y apréndetelo de memoria.

Igual reputación contaría en la villa de Lebrija Antonia Sánchez, mujer de Juan Gutiérrez Hidalgo, la cual durante mucho tiempo dedicábase á la especialidad de curar las quebraduras de brazos y de piernas con permiso del Licenciado Loaysa, y no obstante aquel el Licenciado Roxas, Teniente de Asistente, le prohibió que lo hiciese, por lo cual acudió al Cabildo, á fin de que le ratificara el permiso obtenido.

El caso era bien claro: ¿con qué cara mi tío contaría a mamá que yo me había suicidado para evitar que él me pegara? Pasaron diez minutos. ¡Alfonso! sonó de pronto la voz de mamá en el patio. ¿Mercedes? respondió aquél tras una brusca sacudida. Seguramente mamá presintió algo, porque su voz sonó de nuevo, alterada. ¿Y Eduardo? ¿Dónde está? agregó avanzando. ¡Aquí, conmigo! contestó riendo.

Dan testimonio de todo esto las crónicas y memorias de la época. Pero ¿para qué ir tan lejos? No hemos sido testigos del poder mágico de la Marsellesa en nuestros días? ¡Cuántas victorias, cuántos valientes de menos contaría el pueblo francés, sin ese canto bélico que ha dado la vuelta al mundo!

Sin la poesía, la humanidad contaría esta accion generosa de menos en el catálogo de los grandes hechos que la honran y dignifican. ¿Quién ignora la influencia que la poesía tuvo en la batalla de Hastings?

El reloj toca las diez, todo está solitario en los alrededores, la casa parece entregada al reposo. El viento sacude la reja del jardín, hace el ruido de un huésped atrasado que quiere entrar. ¿La muerte rondaría ya en derredor de la casa? ¿Contaría ya los granos de arena en su ampolleta? El furor de la desesperación se apoderó de .