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La mayor, Berta, había conquistado la voluntad de un ingeniero ruso, que se mostraba dispuesto á hacerla su esposa. La menor casi había conseguido lo mismo con un oficial joven; sólo le quedaba por vencer la resistencia de una madre orgullosa y tradicionalista, que vivía en provincias....

¿Quién no conoce en la montaña al directo descendiente de los paladines y ricohombres gallegos, al infatigable cazador, al acérrimo tradicionalista? Ramonciño Limioso contaría a la sazón poco más de veintiséis años, pero ya sus bigotes, sus cejas, su cabello y sus facciones todas tenían una gravedad melancólica y dignidad algún tanto burlesca para quien por primera vez lo veía.

Este elocuente discurso provocó muchos aplausos entre los socios, particularmente los viejos, los cuales en las primeras elecciones de cargos derrotaron a Miguel, nombrando en su lugar al joven tradicionalista. Tanto como a Miguel le aburrían los discursos hueros y ampulosos que se pronunciaban en el salón de sesiones, tanto le agradaban a su antiguo amigo y condiscípulo Mendoza y Pimentel.

El candidato era una excelente persona de Orense, instruido, consecuentísimo tradicionalista, pero sin arraigo en el país y con fama de poca malicia política. Sus mismos correligionarios no estaban a bien con él, por conceptuarle más hombre de bufete que de acción e intriga.

A poco de estallar la guerra, unos hombres extraños vinieron por aquí y soliviantaron a los cerdos, a las gallinas y a otros muchos animales domésticos. ¿Cuánto os dan aquí por una docena de huevos? parece que les preguntaron a las gallinas. Y los jamones dijeron, dirigiéndose a los cerdos , ¿a cómo los vendéis? El cerdo, animal muy tradicionalista, dio un gruñido y no hizo caso.

El señorito de Limioso, tradicionalista inveterado, como su padre y abuelo, había hecho dos o tres misteriosas excursiones hacia la parte del Miño, cruzando la frontera de Portugal, y susurrábase que celebraba entrevistas en Tuy con ciertos pájaros; afirmábase también que las señoritas de Molende estaban ocupadísimas construyendo cartucheras y no qué más arreos bélicos, y a cada paso recibían secretos avisos de que se iba a practicar un registro en su casa.

¡Jamás! gritaba entonces el veterano enardecido. ¡Yo soy muy liberal! ¡Oh, en cuanto a eso, también yo! replicaba el novel, contoneándose, y hasta mirando con cara de lástima al primer tradicionalista que casualmente pasara a su lado frotándose las manos. ¡Vivir sin Parlamento es vivir fuera del siglo!, ¡caer en la abyección!

Y su confianza en la superioridad que lleva sobre el litoral iniciador del Atlántico, se funda en que le considera demasiado reaccionario, demasiado europeo, demasiado tradicionalista. La historia no da títulos cuando el procedimiento de elección es la subasta de la púrpura.

No bastándole el caudal de la herencia, había tenido el atrevimiento de pedir prestada una cantidad a doña Lupe, la cual se voló ¡y le dijo tantas cosas...! Total, que tuvieron una fuerte pelotera, y desde entonces no se hablaban tía y sobrino, y este se había ido a vivir con una querida. «¡Y viva la moralidad! ¡Y tradicionalista me soy!».

Su único defecto consiste en ser tradicionalista y aceptar todas las ideas de su época. Gillespie no experimentó extrañeza al oir esto. Le parecía extremadamente lógico, y hasta se asombró de que no se le hubiera ocurrido antes.