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Un groom monísimo, el que había visto Currita en el Teatro Real la noche del estreno de Dinorah, se hallaba a la puerta: preguntóle ella si las señoras estaban en casa y el chico contestó afirmativamente, haciendo entrar a las damas en un saloncito de la planta baja. Currita pensaba: De fijo que está de viaje y me encuentro cara a cara con la vieja...

Pueden, pues, acribillarse, ya que ese es su gusto. A una seña suya se le acercó el groom de Amaury, le entregó el cigarro y púsose a cargar flemáticamente las pistolas. A todo esto Amaury se paseaba entretenido en hacer saltar con la punta de la espada los botones de oro de las margaritas silvestres.

Ya no me parecen absurdas aquellas ideas tuyas, porque ya no encuentro nada seguro en la tierra... Se rió con una risa nerviosa, sin saber por qué, y miró en los ojos a su amigo. Después llamó; acudió un groom vestido de verde, a quien pidió que trajera licor. Como si el viejo resentimiento le dominara de nuevo, no se decidió a empezar su confidencia.

El blanco albornoz de la incógnita pasó rozando el terciopelo granate del abrigo de Currita, y una frase alemana, que esta pudo oír y no pudo entender: «Ahí la tienes», pareció caer entonces de la nariz corva y afilada, y ambos fantasmas desaparecieron entre el gentío precedidos de un groom monísimo que apenas contaría doce años.

En efecto, muy de mañana, mandó enganchar y se hizo conducir a escape a casa de Amaury, a quién no encontró; le dijeron que acababa de montar a caballo y que, haciéndose seguir tan sólo de su groom inglés, había partido con tal precaución y silencio que ni siquiera dejó dicho adónde iba. Al conde le faltó entonces tiempo para lanzarse en busca de Felipe. Pero tampoco le halló en casa.

Empezó de groom, con su chaquetilla listada de menudos y apretados botones, sus botas de montar y su gorra de librea.

Sonó una puerta en el interior, luego otra más cerca, y el groom levantó la cortina: Currita respiró desahogada... Entraba la dama duende, la incógnita de las camelias, con el aplomo y el descoco de una diva de café cantante que se presenta ante el público, fijando en él una mirada de provocación más bien que de temor o de extrañeza.

Le Tas le retuvo a su lado por los encantos de la conversación. Le preguntó si estaba contento de sus negocios, y le respondió como hombre disgustado de la vida. Nada le había salido bien desde que estaba en el mundo. Había servido como groom y su dueño lo despidió. Entró después como aprendiz en casa de un mecánico y la susceptibilidad de algunos clientes le hizo abandonar el establecimiento.

Después entraba la marquesa vestida con llamativo lujo y apoyada en el brazo de él mismo, que iba de frac, con una perla enorme en la pechera. El encargado del establecimiento le saludaba familiar y respetuoso, como á un parroquiano conocidísimo; las mujeres admiraban de lejos las joyas de Elena; un groom diminuto como un gnomo se llevaba la rica capa de pieles de la señora, que esparcía un perfume de jardín de ensueño.