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Se necesitaría tener el estómago chapado en cobre para resistir este desorden. Yo le di unas pastillitas que no le han venido mal... Pero lo principal es que tenga método. D. Laureano hablaba de Concha afectando desembarazo, como si no hubiera pasado nada, como si fuese todavía el amigo íntimo de la familia. El señor Ángel asentía sonriente y turbado.

Eran más de las siete, y a él le esperaban en su casa. Pero doña Sol púsose de pie con sonriente violencia, como si quisiera oponerse a su marcha. Debía quedarse. Comerían con ella: una invitación de confianza. Aquella noche no esperaba a nadie. El marqués y su familia se habían ido al campo. Estoy solita... Ni una palabra más: yo mando. Se quedarán ustedes a hacer penitencia conmigo.

El público asistía sonriente, con mirada socarrona a aquel ojeo, que ya se había repetido porción de veces sin resultado. La única que logró tener novio durante tres o cuatro años fue Jovita. Por eso fue también la que se despeñó de más alto. El galán era un estudiante forastero que la festejó mientras seguía los últimos cursos de la carrera.

En seguida me preguntó qué asunto iba yo a elegir para mi curso de este año, marcando así que la cuestión de mi matrimonio le parecía agotada. Iba a exponerle mis ideas sobre este asunto y a pedirle consejos, cuando entró Elena muy sonriente y más bonita que nunca. Aquí tenemos a mi hijita, dijo Lacante atrayéndola hacia él y con una inflexión de ternura que me conmovió.

Luego se sentó en el suelo, abarcando las rodillas con los brazos, y quedó inmóvil. El luminoso marfil de su dentadura brillaba sonriente sobre el rostro moreno. Sus ojos maliciosos fijábanse en el señor con una expresión de can alegre y fiel. Pero ¿no estabas en Ibiza para ser cura? preguntó Jaime mientras atacaba la comida. El muchacho movió la cabeza. , señor; estaba.

La niña repetía el mismo ademán de repugnancia y de miedo, sin atreverse a tocarlos; mientras Ramiro, alargando sus dedos, se los quitaba, uno a uno, entre sonriente y avergonzado. Enredadas en un rizo, dos de aquellas palomitas aleteaban sin cesar. El mancebo, al ir a cogerlas, retuvo a Beatriz pasándola el brazo por detrás de la espalda.

Todos se alzan del asiento, excepto la señora de Calderón, en cuyo rostro parado se dibujó una vaga sonrisa de placer. ¡Ah, Clementina! ¡Qué milagro el verte por aquí, mujer! La dama se adelantó sonriente, y mientras besaba a las señoras y daba la mano a los caballeros, respondía a la cariñosa reprensión de su cuñada. ¡Anda!

Algunas veces perdía el sonriente aplomo de su amoralidad; parecía dudar con cierto miedo, pero después seguía adelante con mayor ímpetu, guiada por sus impulsos. Y esta criatura bella e inconsciente, sin más regla de voluntad que el instinto, venía de pronto hacia él por un capricho inexplicable. ¡Dulces sorpresas de la existencia!... No era posible dudar.

Después de la ceremonia religiosa, quedose profundamente dormida, y esto hizo creer a los que la rodeaban que la mejoría se había iniciado; pero, ¡falsa creencia!... Su despertar fue el último, porque momentos después, exhaló el postrer suspiro, tranquila y sonriente.

Por todos estos caprichos pasaba el otro, con tal de ver a Enriqueta sonriente. Estas continuas confidencias hacían penetrar lentamente a Luis en la vida de su mujer; seguía de lejos el curso de su enfermedad y no pasaba día sin que mentalmente se rozase con aquel ser, del que se había apartado para siempre. Una tarde se presentó el cura con desusada energía.