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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Madama Laurier tenía diez años menos que su marido, y parecía despegarse de él por la fuerza de un rudo contraste. Era de carácter ligero, elegante, frívola, y amaba la vida por los placeres y satisfacciones que proporciona. Parecía aceptar con sonriente conformidad la adoración silenciosa y grave de su esposo. No podía hacer menos por una criatura de sus méritos.
Estas cenizas sólo para nosotros esconden un poco de calor». Fortunata, que tenía en cada mano una de las gruesas bandas de sus cabellos negros, apartándolas como si fueran una cortina, no sabía si reír o echarse a llorar... ¿Has hablado con él...? dijo conmovida y al mismo tiempo sonriente.
Muy mal aviada estoy para recibir a usted. Echóse por los hombros, para ocultar lo raído del traje, un chal de brillantes rayas que había dejado caer, e inclinándose graciosamente, me dio la mano. Se la oprimí y la oprimí contra mis labios tratando de reanimar mi valor, mientras ella, siempre sonriente, me miraba, esperando la explicación de mi visita a aquella hora.
Apenas estuvo sola con Herminia, la cara de la señorita Guichard cambió de expresión y poniéndose sonriente, dijo: He aquí una feliz sorpresa, ¿no es verdad, hija mía? ¿Tú no esperabas ver aquí al tutor de Mauricio el día de tu matrimonio? ¡Oh! Estábamos seguros, Mauricio y yo, de que os reconciliaríais, respondió Herminia con convencimiento.
Detrás del bosque de pinos, cuya corona sombría y silenciosa domina todo ese movimiento, se enciende un resplandor de oro; dentro de media hora la luna verterá sobre aquella escena su luz sonriente. Juan avanza a pasos lentos entre las tiendas; se detiene delante de la posada de la Corona y mira por la ventana.
Los altos empleados intervinieron con una contrariedad sonriente, por ser quien era el autor del escándalo. «Alteza, ¡por favor!... Las partidas van á suspenderse; esto no se ha visto nunca.» Pero él siguió arrojando dinero, hasta agotar sus ganancias más de sesenta mil francos , y los juegos se reanudaron con más público que antes.
Cuando le veía a Martín andar a caballo y entrar en el río, le deseaba un desliz peligroso. Le odiaba frenéticamente. Catalina, en vez de ser obscura y cerril como su hermano Carlos, era pizpireta, sonriente, alegre y muy bonita.
Pero sus manos angustiosas volvieron á encontrar el frío y débil sostén cuando buscaban aquella isla de duros músculos coronada por una cabeza hirsuta y sonriente. Siguió en su tenaz flotación, luchando con el sopor que le aconsejaba soltar el apoyo flotante, dejarse ir á fondo, dormir... ¡dormir para siempre! Los zapatos y los pantalones continuaban tirando de él cada vez con mayor fuerza.
Al fin, ella se habrá... ¿Y son para hoy esas cartas? exclamó de repente, como si estuviera lleno de furor, aun cuando su rostro permanecía sonriente. Y cuando la ama de llaves, refunfuñando, hubo satisfecho su deseo, sin vacilar tomó de entre las cartas la que no llevaba estampilla, y no concedió siquiera una mirada a las demás.
Siempre que se dignaban pasear un poco a pie entre calles como ahora, en la expresión de su rostro había cierto matiz de sorpresa al ver que su paso no era acogido por la muchedumbre con rumores de admiración. Maldonado era más locuaz que su amigo. Sobre lo que iba y venía expresaba su opinión levantando el rostro sonriente hacia Castro.
Palabra del Dia
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