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Gabriel fue a la emigración: «Era un oficial, y no podía jurar fidelidad a la dinastía intrusaEsto lo declaraba con la arrogancia aprendida en aquella caricatura de ejército, que extremaba las ceremonias del antiguo militarismo, y en el cual los andrajosos, con el sable al cinto, se transmitían las órdenes llamándose siempre «caballero oficial». Pero el verdadero motivo de que Luna no volviese a Toledo era que le gustaba seguir la corriente de los hechos, viendo nuevas tierras y cambiando de costumbres.

Amigas de Dios continuó muy recio, de modo que lo oyera la intrusa : mi papá vino de las Indias el año pasado..., y trajo cinco fragatas cargadas de onzas..., y un negrito para que le sirviera el chocolate...; y es tan rico, que se cartea con el rey de las Indias...; y a me da dos reales cada vez que es su santo..., y yo los echo en lo que me da la gana...; y tengo tres muñecas de resorte, y un muestrario de botones que le regaló a mamá para una modista que quitó la tienda...; y tengo dos marmotas de lana para ir al colegio en el invierno..., porque yo voy al colegio, y no a la escuela de zurri-burri, como algunas infelices... que yo conozco..., y puede que no estén muy lejos de aquí.

Y encima de un cristal, un listón desprendido de la cornisa golpeaba lento cuando le estremecía, al pasar, una brisa sin rumores que bajaba de la montaña.... Carmen, suspirando, se sentó en el borde del lecho al lado de «la intrusa», y se puso a rezar por el alma del agonizante. Ya Julio no se quejaba.

Aresti estaba pensativo y parecía no oírle. El otro día dijo con lentitud, como si reconcentrase su memoria leí un drama en francés y me acordó de . Era La Intrusa de Mæterlinck, ¿Conoces eso?... El millonario movió la cabeza: él no tenía tiempo para la literatura.

Fuese, pues, derecho al bulto, no bien el coche se puso en movimiento, y apoyado en la autoridad de sus años, en la confianza del parentesco que con Villamelón tenía y en su dignidad de jefe de la brigada femenina conspiradora, le pidió categóricas explicaciones del hecho... Mas Currita, volviendo a abrir palmo y medio los claros ojos y muy espantada y ofendida, y casi llorosa, se limitó a repetir la historia ya referida, con nuevas afirmaciones y protestas... Suponer otra cosa era un insulto verdadero. ¿Por quién se la tomaba a ella? ¿Pues no había dado toda su vida pruebas del más leal afecto a la real familia?... Y aun cuando ella fuese capaz de semejante infamia, ¿se la hubiera permitido acaso Fernandito, cuya sangre había corrido en el combate navo-terrestre de Cabo Negro, al grito de Isabel II?... Justamente tenía él tal odio a la intrusa casa de Saboya, que jamás ponía el sello de una carta sin colocar al pobre don Amadeo con la cabeza para abajo. ¡Que lo había dicho Isabel Mazacán, cuyas intimidades con el ministro revolucionario debía hacerla a ella misma tan sospechosa!... ¿Pues no sabía todo el mundo que la tal condesa de Mazacán era una intriganta, que andaba detrás del viaje a Roma con la reina, para tapar a García Gómez ciertos líos antiguos que debía de arreglar allí con un príncipe italiano?...

El peligro había pasado, pero era necesario sacar todo el partido posible de aquella victoria: hacíase indispensable meter mucho ruido, gran ruido, propagar el escándalo por todas partes para despertar la indignación y excitar los ánimos en contra del Gobierno y de la dinastía intrusa... Para ello, todas las señoras acudirían aquella tarde a la Castellana con las airosas mantillas españolas y las clásicas peinetas de teja, que eran ya señal convenida de valiente protesta; y a la noche siguiente, él, Butrón mismo, daría un gran baile en honra de Currita de puro carácter político, al cual podían ya darse por convidados todos los presentes... Las señoras lucirían todas, en la cabeza, la flor de lis, emblema de sus esperanzas; los caballeros, un lazo blanco y azul en el ojal del frac, colores propios y significativos de los desterrados Borbones.

Y no sólo hace usted eso, sino que me afrenta y me clava el puñal por la espalda. ¿Quién es más honrada, señora, usted que le entrega su hija por dinero, ó yo que me he entregado á él por amor? La sorpresa los había clavado á todos á la silla; pero repuestas las Cardenalas, al instante se levantaron como fieras para arrojarse sobre la intrusa.

Un olor de heno recién cortado llenaba el aire con ese perfume a la vez dulce y acre que le es peculiar. Tímida y miedosa, como una intrusa, me deslicé lentamente a lo largo de la empalizada del jardín hasta la casa, que con sus montantes de granito, sus torrecillas y sus piñones que el tiempo había cubierto de un matiz gris, parecía lanzar sobre una mirada sombría y amenazadora.

Y mientras en Europa tiene un festín la "Intrusa" y los vetustos pueblos son como inmensas piras, España, fabricante de las más fuertes liras, desda el castillo en donde la hostilidad rehusa, amante nos recuerda enviándonos su musa.

Un plácido calor emergió de su estómago, secando la humedad de los ojos, dando nuevos colores á sus mejillas. Caragòl continuaba la charla, satisfecho del éxito de su obra, haciendo señas de alejamiento al sombrío Tòni, que pasaba y repasaba ante la puerta con el deseo vehemente de ver marcharse á la intrusa.