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Con el saboreo de aquellas noticias y de estas «seguridades», sin un astro visible en el cielo, la tierra envuelta en la más cerrada y tenebrosa de las noches, y empezando a lloviznar, me dejé sumir en la barranca que se abría a corta distancia del santuario, encomendando mi alma a Dios y mi vida al instinto del cuadrúpedo que me conducía.

Nunca había llegado á soñar con una gloria semejante, ni aun en los tiempos de la adolescencia, cuando, recién entrado en la vida estudiosa, su entusiasmo le hacía aceptar la posibilidad de las más inauditas elevaciones. Durmió mal, pues el saboreo de su triunfo parecía repeler al sueño.

En la ligera conversación que tuvimos durante el café, supe que aquel reverendo padre hacia la friolera de cuarenta y siete años que arribó á estas playas. Mientras saboreó el café habló largamente con su criado, quien en su larga práctica de quince años que estaba á su servicio, debía conocerle perfectamente sus gustos y necesidades.

¡Señor cura! exclamaba yo impaciente ¡hum, hum! no es un argumento muy convincente. Permitidme, permitidme contestaba el buen hombre, perturbado en el saboreo de su comida; creo que la señora de Lavalle va más allá de su idea al emplear esta expresión: agentes del diablo; pero también es cierto, que hay muchos hombres, que no son acreedores de una gran confianza.

De tal modo que Timoteo bajó los peldaños tambaleándose de gozo, no sin besar antes las manos de aquella adorable señora, derramando sobre ellas un raudal de lágrimas y saliva. Los dioses no se fatigan jamás cuando quieren hacer a un mortal feliz o desgraciado. Aún le tenían reservado a nuestro artista un nuevo triunfo que saboreó al llegar a su casa.

Pero no eran menester tales palabras: su cara, su espanto, bastaron para persuadirme de que la viuda no me había engañado. ¡Qué pena la mía! ¡Juro que hubiera preferido sorprenderle en brazos de una mujer! Entonces se levantó en mi corazón una tempestad de asco y de desprecio. ¡Y aquel era el hombre que me había poseído, el que saboreó mis primeros besos de amor!

Como antes, en la luna de miel, saboreó la plenitud de la pasión satisfecha, así ahora se complacía en analizar y desmenuzar con el pensamiento la índole de sus penas, deleitándose en la amarga voluptuosidad del dolor, y cuanto más excitaba su desconsuelo mejor creía que demostraba su amor al pobre muerto. ¿No había de llorarlo si lo eligió voluntariamente estudiando sus cualidades y sus prendas de modo que se ajustase a lo que, según ella, debía ser un marido?

No pensaba moverse. ¿Qué le importaban ya estas costumbres primitivas, estos retos de payeses? «Aúlla, buen hombre; grita hasta que te canses: estoy sordo.» Y para distraer su atención volvió a leer la carta, complaciéndose en el saboreo de la larga lista de acreedores, muchos de cuyos nombres evocaban visiones coléricas o grotescos recuerdos.

Y tras este prudente consejo, que hizo arreciar a la golfería en sus denuestos, Coleta saboreó otra copa, alabando la buena suerte que le hacía tropezar tan de mañana con amigos rumbosos. El era el más pobre de todos los traperos: ni carro, ni burro, ni casa. Se lo había bebido todo.

Pero cuando, ya convaleciente, volvió a pensar en el mundo que la rodeaba, en los años futuros, sintió el hielo ambiente y saboreó la amargura de aquella maldad universal. «¡Todos la abandonaban! Lo merecía, pero... de todas maneras ¡qué malvados eran todos aquellos vetustenses que ella había despreciado siempre, hasta cuando la adulaban y mimaban!».