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13 Y él le dijo: Mi señor sabe que los niños son tiernos, y que tengo ovejas y vacas paridas; y si las fatigan, en un día morirán todas las ovejas. 14 Pase ahora mi señor delante de su siervo, y yo me iré poco a poco al paso de la hacienda que va delante de , y al paso de los niños, hasta que llegue a mi señor a Seir. Y él dijo: ¿Para qué esto?

Algunas de estas anécdotas eran de caza o de equitación; las más fueron de amores, hallando medio de divulgar sus triunfos y conquistas, que aparentaron creer o creyeron sus interlocutores, o mejor dicho, su auditorio, pues el Conde era de aquellos que, si bien hablan primorosamente, fatigan y ofenden a los menos sufridos, monopolizando el uso de la palabra y no consintiendo, como vulgarmente se dice, que nadie meta baza o cucharada sino ellos.

Pero los de otros novelistas españoles, como Mateo Alemán, Vicente Espinel, Vélez de Guevara; Céspedes, etc., á menudo nos fatigan por lo deshilvanados, ya que no por lo desabridos... Y lo mismo sucede, á pesar de su excelencia, con las novelas de algunos escritores extranjeros, como Richardson, Fielding, Dickens, Juan Pablo Richter, etc.

Hay cosas que se avergüenza uno de confesarse a mismo; y esas cosas, por extraña contradicción, fatigan y matan si con alguien no se confiesan. Por eso voy a decírtelo todo. No seas severo conmigo. No me condenes por miserable y falto de pudor si te lo digo todo: si te descubro lo que a mismo debiera yo ocultarme. »Harto conoces mis ideas.

A la larga se fatigan de oír, aunque la conversación les interese. Parecen ofenderse de haber permanecido mucho rato en silencio, y se vengan llamando «macaneador» al mismo cuya palabra han solicitado. Lo que no se entiende, lo que no gusta, ya se sabe que es «macana». Isidro empezó a apartarse de su amigo. Le dejo, Fernando; me reclama mi público. En los primeros días tenía más éxito.

La traza de los fuegos subterráneos que se descubre por todos lados, sus sombrías rocas plutonianas, jamás fatigan, cual sucede con las interminables dunas de arena ó los sedimentos acuosos de las costas bravas.

Tampoco alabo los Escritores pesados, que siguiendo este estilo, todo lo reducen á sylogismos, porque fatigan el entendimiento, y le indisponen á poner la atencion necesaria para enterarse del asunto; pero no tengo por inutil ni vano el Arte de sylogizar, y el conocimiento de sus reglas, antes por el contrario en quien le pueda aprender sin gran fatiga le considero util, y en algunas ocasiones necesario.

¡Corramos! ¡Corramos y callemos!, que las palabras nos fatigan y retrasan nuestra marcha. Y siguieron corriendo sin hablar ya, sin escucharse más que de tiempo en tiempo alguna exclamación angustiosa del cocinero. Y así, sin encontrar á nadie, bajo la lluvia, azotados por el viento, llegaron en muy poco tiempo á la calle de Don Pedro.

Y como ahora los generales ya no se sublevan, porque tienen todo lo que quieren, y cuidan en lo alto de halagarles, aleccionados por la Historia, ¡se acabó la revolución! Los que trabajan por ella sudan y se fatigan con tanto éxito como si sacasen agua en espuertas... ¡Saludo a los héroes desde la puerta de mi retiro!... pero no doy ni un paso para acompañarles.

En aquella sazón mi paraguas ocupaba una de las más altas posiciones de Madrid: se encontraba en un piso tercero, con entresuelo y primero. Arranquémosle la careta: era un piso quinto. Las escaleras me fatigan casi tanto como los dramas históricos: a veces prefiero escuchar una producción de Catalina o Sánchez de Castro, con reyes visigodos y todo, a subir a un cuarto segundo.