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Lanzaban retos á las gentes de otros pueblos de Vizcaya y aun de Guipúzcoa, llevando en triunfo á su barrenador favorito, para que luchase con los más fuertes de otras comarcas.

Como vos me la daréis á , señor de Clisón, exclamó á su vez Sir Vivián Bruce. Ocasión inmejorable, se oyó decir entonces al barón de Morel, para que tan lucida lanza gascona como la del señor de Pomers me haga el honor de cruzarse con la muy humilde mía. Oyéronse en pocos instantes una docena de retos, que revelaban la mala voluntad y los rencores existentes entre gascones é ingleses.

Allá en la negra noche, rasgada por relámpagos inquietos y llorada por negros nubarrones, hiciste de tus lágrimas derroche, para llorar tus retos en un ¡ay! de deshechas ilusiones. Muerta, más no vencida, tu alma extenuada y fría comprendió la grandeza del dolor; del dolor que afrontó con heroismo, para hacer de la vida una trágica negra poesía; para hacer del amor un sublime grandioso fanatismo.

Rióse también el barón, volvió á calmar á su pletórico amigo lo mejor que supo y pudo, y viéndolo ya más dispuesto á gozar de sus guisos y golosinas que á seguir lanzando retos á troche y moche, se despidió de él hasta verse de nuevo en Dax.

Iba á comenzar la parte más interesante de la fiesta. Los mineros bilbaínos, rojos y sudorosos en su digestión de ogros, fumando como chimeneas y eructando el champagne, ocuparon los mejores sitios desafiando á todos con sus retos. ¡A ver! ¿quién quería apostar? No había que tener miedo por cantidad más ó menos: había cartera de sobra para todos.

No pensaba moverse. ¿Qué le importaban ya estas costumbres primitivas, estos retos de payeses? «Aúlla, buen hombre; grita hasta que te canses: estoy sordo.» Y para distraer su atención volvió a leer la carta, complaciéndose en el saboreo de la larga lista de acreedores, muchos de cuyos nombres evocaban visiones coléricas o grotescos recuerdos.

Había que correrles, echándoles el dinero á las narices; así aprenderían á no ir otra vez con retos á los bilbaínos de las minas. La partida, el domingo al amanecer, fué casi una espedición triunfal. El Chiquito había salido el día antes con varios de sus admiradores para estar bien descansado en el momento de la apuesta.

Sentíase avergonzado de su arrebato. ¡Pegarle al pobre tísico!... Para sofocar sus remordimientos, profirió en voz baja soberbios retos. «¡Otro deseaba él que hubiese cantado!...» Y sus ojos buscaron al Ferrer, pero el temible verro había desaparecido.

Febrer acogió con un gesto de indiferencia esta noticia, a la que el Capellanet daba gran importancia. ¿Y qué?... El cantor insolente ya estaba castigado; y en cuanto al verro, había huido de sus retos a la puerta de la alquería. Era un cobarde.