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La familia de los Gómez de Pomar nunca había sido tan rica de propiedades y de dinero como pagada de su alcurnia, achaque muy común en la Montaña. La bambolla de un hidalguete de aquella casta, que volvió de México a principios del siglo pasado, labró sobre los cimientos del solar antiguo la casa que acabamos de ver, con la mayor parte del dinero que traía. Con el resto y las haciendas que le pertenecían en el valle y en las inmediaciones, se empeñó en sostener el lustre de su familia, elevándola de golpe a una altura en que jamás habían vivido sus fidalgos antecesores. Logró su intento vanidoso, pero no sin muy considerables mermas y quebrantos en su caudal. Al heredarle su sucesor, heredó también una buena carga de censos y de hipotecas; y como en su no larga vida no pudo verse aliviado del peso de esta cruz, recibióla también sobre sus espaldas el que vino detrás de él; pero como le pesaba mucho, antes que morir agobiado por ella, prefirió quitársela de encima a todo trance. Y se la quitó, a expensas de lo más jugoso de su caudal. Así salvó lo restante, que empezaba a ser enredado poco a poco en las mallas inextricables del préstamo usurario. Era cuerdo el hombre, y ajustó las necesidades de su casa a la medida de lo que poseía libremente para sostenerlas. No trabajó las tierras con sus manos, pero pagó el trabajo de otros para vivir él de sus productos; y en su casa y en las accesorias de ella, donde siempre había reinado el silencio enervante de la holganza y de los grandes fastidios de la vanidad infanzona, comenzaron a oírse y a respirarse los ruidos de la actividad campesina, el cencerro del ganado y la fragancia vivificante y regeneradora de los frutos sazonados de la tierra. Mi abuela paterna alcanzó aquellos tiempos, los más venturosos de la familia de los Gómez de Pomar. Su padre era un señor a la manera de mi tío Celso: campechano y sin retóricas, sencillo hasta la rudeza, y noble y sano de corazón. No tuvo más que dos hijos: mi abuela y el mayorazgo.

El pecado de Satacrátu vino a recaer entonces y a diluirse en todas las criaturas, y recobrando él sus bríos, las hizo dichosas, venció al tirano Nahucha y volvió a reinar en los tres mundos. ¡Oh, Agni, haz que Urbási sea para Morsamor tan regeneradora y purificante como Dara Satacrátu fue Satchi!

De todos modos, el camino de Sandy-Bar, campamento que en razón de no haber experimentado aún la regeneradora influencia de Poker-Flat, parecía ofrecer algún aliciente a los emigrantes, atravesaba una escarpada cadena de montañas, y ofrecía a los viajeros una jornada bastante regular.

Zamboanga, donde el Polombato, á semejanza del Darro, baña á la sultana de Filipinas, interrumpiendo con el suave murmullo de sus ondas deliciosa y enervante quietud tropical, ofrece con su purísimo y sano ambiente y con sus cristalinas aguas, que la zarzaparrilla purifica, savia regeneradora á la sangre anémica del peninsular, que vive en Joló, Tawi-Tawi y en los destacamentos militares de Mindanao, siempre prontos á dar su vida por el honor del Ejército y por el engrandecimiento nacional.

En ausencia de la barbarie irruptora que desata sus hordas sobre los faros luminosos de la civilización, con heroica y a veces regeneradora grandeza, la alta cultura de las sociedades debe precaverse contra la obra mansa y disolvente de esas otras hordas pacíficas, acaso acicaladas; las hordas inevitables de la vulgaridad cuyo Atila podría personificarse en Mr.

La revolucion política y social operada en España á consecuencia de la muerte de Fernando VII, ha emancipado para siempre al pueblo español de la influencia clerical que de un modo ilegítimo pesaba sobre él: las inmensas riquezas que la Iglesia española poseia, han sido vendidas por la nacion en su mayor parte: con la regeneradora medida de la desamortizacion, se ha prodigiosamente aumentado la riqueza pública, se ha impreso un poderoso movimiento de institucion al comercio y á la industria, se han creado muchos propietarios, se ha dado mayor vida á la agricultura, y se ha libertado el pueblo español de una influencia que le entorpecia en su majestuosa marcha.

Los accidentes febriles que figuran en esta diátesis, solo son tendencias del organismo para proporcionar al sistema nervioso ganglionar el grado de actividad que ha perdido, porque la alúmina obra particularmente sobre este sistema, y sus estados febriles sugieren la idea de una fiebre lenta, especie de fiebre regeneradora que produce sus mas grandes modificaciones en la esfera vegetativa, en la plasticidad.

Respirábase en el comedor un ambiente cargado de discreción, que á nuestro mancebo le producía la misma inquietud y malestar y los mismos desmayos enervantes que si estuviese cargado de electricidad. Y ya se entregaba lánguidamente á pensamientos tristes de muerte, cuando empezaron á dibujarse en su desmayado espíritu los contornos de una idea fortificante y regeneradora: la idea de marcharse.