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Lo malo es que el libro con que el poeta ha sanado y donde ha vertido el veneno que le atosigaba puede emponzoñar a los que sin precaución le tomen y lean y producir una abominable epidemia de suicidios. No estriba o no quiero yo que estribe en esto la virtud purificante de la poesía. Su legítima y santa virtud purificante lo mismo ha de valer y vale para el poeta que para sus lectores.

Suspendo, por consiguiente, el dar mi aprobación hasta que demuestre en otro artículo que no hay el menor peligro en aprobar las Odas, porque la virtud purificante de la poesía convierte el rejalgar en triaca. En la poesía hay sin duda pasmosa virtud purificante. No quiero yo entenderla con todo, como he oído decir que la entendía Gœthe. Tal modo de entenderla es sobrado egoísta.

Esa circunstancia, que tambien se nota en otros lagos, como los de Brienz y Thun, se explica por la existencia, en el fondo, de una sustancia purificante y colorante que obra como reactivo poderoso. La navegacion del Leman es activa, extensa y muy valiosa. El primer vapor, con el nombre glorioso de Guillermo Tell, fué echado al agua en Ginebra en 1823. La fecha es significativa.

El pecado de Satacrátu vino a recaer entonces y a diluirse en todas las criaturas, y recobrando él sus bríos, las hizo dichosas, venció al tirano Nahucha y volvió a reinar en los tres mundos. ¡Oh, Agni, haz que Urbási sea para Morsamor tan regeneradora y purificante como Dara Satacrátu fue Satchi!

Antoñuelo, lejos de la fascinación y del encanto que casi milagrosamente le habían conservado como ser racional, se convertía en un estúpido y en un perdido. A pesar de la ineficacia, por falta de duración, de su poder purificante sobre el alma de Antoñuelo, Juanita le quería, se interesaba por él y sentía halagado su orgullo al dominarle, aunque fuera momentáneamente.

Toda esta santificación y limpieza íntima era obra poco menos que milagrosa y sobrehumana del amor de doña Luz y del fuego purificante de sus ojos.

Parodiando en mi pensamiento una sentencia evangélica, me decía yo que para cebar a los cerdos bastan afrecho y bellotas, y que es lástima arrojar perlas en la pocilga. Con todo, otro sentir menos soberbio y de purificante delicadeza agitó por entonces mi pecho.

En aquella atmósfera de las colinas, al pie de la sierra, en aquel aire vivo, de olores balsámicos, encontró cordial a la vez purificante y vivificador, que le servía de alimento, o bien una química sutil que convertía la leche de burra en cal y fósforo y demás nutritivos elementos. Edmundo se inclinaba a creer que era lo último, y su solícita y esmerada atención.