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Sólo en nuestra sociedad heterogénea, libre de escrúpulos y distinciones, se da el caso de que un hidalguete, poseedor de cuatro terruños, o un empleadillo de mediano sueldo, se confundan con marqueses y condes de sangre azul, o con los próceres del dinero, en los centros de falsa elegancia; que se junten y alternen los que explotan la vida suntuaria por sus negocios, o sus vanidades, o bien por audaces amoríos, y los que van a bailar y a comer y departir con las señoras, sin más objeto que procurarse recomendaciones para un ascenso, o el favor de un jefe para faltar impunemente a las horas de oficinas.

La familia de los Gómez de Pomar nunca había sido tan rica de propiedades y de dinero como pagada de su alcurnia, achaque muy común en la Montaña. La bambolla de un hidalguete de aquella casta, que volvió de México a principios del siglo pasado, labró sobre los cimientos del solar antiguo la casa que acabamos de ver, con la mayor parte del dinero que traía. Con el resto y las haciendas que le pertenecían en el valle y en las inmediaciones, se empeñó en sostener el lustre de su familia, elevándola de golpe a una altura en que jamás habían vivido sus fidalgos antecesores. Logró su intento vanidoso, pero no sin muy considerables mermas y quebrantos en su caudal. Al heredarle su sucesor, heredó también una buena carga de censos y de hipotecas; y como en su no larga vida no pudo verse aliviado del peso de esta cruz, recibióla también sobre sus espaldas el que vino detrás de él; pero como le pesaba mucho, antes que morir agobiado por ella, prefirió quitársela de encima a todo trance. Y se la quitó, a expensas de lo más jugoso de su caudal. Así salvó lo restante, que empezaba a ser enredado poco a poco en las mallas inextricables del préstamo usurario. Era cuerdo el hombre, y ajustó las necesidades de su casa a la medida de lo que poseía libremente para sostenerlas. No trabajó las tierras con sus manos, pero pagó el trabajo de otros para vivir él de sus productos; y en su casa y en las accesorias de ella, donde siempre había reinado el silencio enervante de la holganza y de los grandes fastidios de la vanidad infanzona, comenzaron a oírse y a respirarse los ruidos de la actividad campesina, el cencerro del ganado y la fragancia vivificante y regeneradora de los frutos sazonados de la tierra. Mi abuela paterna alcanzó aquellos tiempos, los más venturosos de la familia de los Gómez de Pomar. Su padre era un señor a la manera de mi tío Celso: campechano y sin retóricas, sencillo hasta la rudeza, y noble y sano de corazón. No tuvo más que dos hijos: mi abuela y el mayorazgo.

Todo esto allí, al alcance de la mano; y fuera de allí, la familia de Neluco en Robacío; en Promisiones, el hidalguete mi consanguíneo, y más allá, dominándolo todo y alzándose sobre todo como un faro de poderosa luz, la figura escultural del caballero de la torre de Provedaño.

Pues sírvale de gobierno que ese hombre no está en un correccional, por un milagro de Dios. Quedéme estupefacto. Observólo el médico y me dijo echándose a reír: No vaya usted a creer que se trata de otro pájaro por el estilo del hidalguete de Promisiones. Me parece que con las señas que empezaba usted a darme...

Pues supongamos, y usted perdone la franqueza, que se trata de usted y que la llueven a usted pretendientes de muchas condiciones y de muchas partes; que viene el labriego humilde con el homenaje de su pobreza disculpada con la envoltura de sus honradas intenciones; que la solicita el hidalguete de gotera, de esos que tienen la manta de sus recursos tan ajustada a sus necesidades, que si tiran de ella para cubrirse el pescuezo, dejan al descubierto los pies; y el hacendado tosco que funda su mayor vanidad en haber sudado mucho el pedazo de pan que le ofrece a usted con mano callosa y palabra torpe... y sudando; y el abogadillo de pocos pleitos y con la manta del hidalguete; y así, por esta escala arriba, hasta el personaje que la brinda, en el mundo de donde él viene, con todas las tentaciones del lujo y del esplendor; vamos, con la vida que hacen las más encopetadas señoronas del teatro que usted acaba de ver pintado en ese libro.