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Esos tíos de Vigo exclamaba dicen que su ciudad es mejor que la nuestra y que debiera convertírsela en capital de la provincia. ¿Ha oído usted alguna vez una locura semejante? ¿Se le hubiese ocurrido a usted nunca comparar a Vigo con Pontevedra? Yo no replicó el inglés . Yo nunca estuve en Vigo; pero he oído decir que la bahía de Vigo es la mejor del mundo. ¡La bahía! refunfuñaba el Sr.

Vamos, amigo Rocchio, no sea usted malo, que no es tan fiero como quiere hacerse; no es la primera vez que usted me concede plazos, y más largos todavía. Será en junio... ¡piense cómo está el mercado! ¡hasta Schlingen! Rocchio, siempre encrespado, refunfuñaba: Y su alhajita de primo, el joven Vargas, también me dará la castaña... No dijo Jacintito, no le he visto. Con que quedamos que en junio.

¿, eh? refunfuñaba D. Lorenzo sin levantar la vista. Muchooo... y que probablemente vendrá un día de estos a hacerle a V. una visitaaa. Esta noticia producía siempre risa entre los comensales, que estaban perfectamente enterados de todo. No lo creo. Pues créalo V.; está muy agradecidooo. Eso lo creo murmuraba con sorna.

García refunfuñaba: ¡La bahía!... A nunca se me ha alcanzado con qué derecho puede tener bahía un pueblo como el de Vigo... Yo había leído este diálogo, que acabo de traducir casi literalmente, en La Biblia en España, de Jorge Borrow, que así se llamaba aquel inglés estrafalario, hoy una de las glorias más puras con que cuenta la literatura inglesa.

Volvió en y se encontró al lado de un guarda de la exposición que la miraba con asombro y refunfuñaba. Clementina balbuceó: Hace mucho calor aquí.... He tenido un momento de turbación.... Y fuera de , no pudiendo permanecer ante aquel retrato sin ceder al deseo de rasgar la tela, huyó, mientras el empleado decía severamente: ¡No se debía dejar entrar aquí á las locas!

Mas si perdonaba a mi tía su elevación en la escala social, se desquitaba sin duda alguna con el prójimo, con las circunstancias y con la vida, porque refunfuñaba siempre. Tenía el semblante áspero de un salteador de caminos, vestía constantemente zagalejo corto y calzaba zapatos bajos, aunque nunca fuera a la ciudad a vender leche, ni trotara su imaginación como la de la lechera de la fábula.

Plutón ya no refunfuñaba al oír las recias pisadas de aquellos hombres. Hullin, muy pensativo, con la cabeza entre las manos y los codos apoyados en la mesa, escuchaba cuantas noticias le transmitían. Señor Juan Claudio, se nota gran movimiento hacia Grand-Fontaine; se oye galopar. Señor Juan Claudio, el aguardiente se ha helado. Señor Juan Claudio, varios me han pedido pólvora.

Bonis, sudando gotas como puños, frotaba, frotaba incansable, con una sonrisa poco menos que seráfica clavada en el apacible rostro: sus ojos, azules y claros, muy abiertos, sonreían también a dulces imágenes y a deleitosos recuerdos. En vano Emma refunfuñaba, se quejaba, le increpaba y con palabras crueles le ofendía; no la oía siquiera; cumplía su deber y andando.

A la vez que refunfuñaba con singular vivacidad, abrió la puerta de la sala y, en vez de responder al saludo, al alegre saludo y las preguntas premiosas de la condesa, se dejó caer en una silla exhalando un suspiro. ¡Dios mío! ¿qué os pasa, mi buen Mathys? exclamó la condesa , ¡qué sudoroso y pálido estáis! Dejadme respirar, dejadme reponer del susto mortal que he sentido.