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Esta misteriosa piedra, que se engarzaba como por privilegio en medio de las otras perlas, tenía una oculta y maravillosa propiedad, y era que los matices de sus colores cambiaban incesantemente cuando la persona que se adornaba con el collar se acercaba en bien o en mal a alguna súbita mudanza o peripecia en su condición y fortuna.

Nadie sabe dónde hubieran llegado los apóstrofes y acriminaciones del multador alguacil Molino, corchete ganzúa, según el buen dictado e intitulación del soldado, si una inesperada peripecia no le cortara el rápido vuelo de su elocuencia.

Creí que venía a pedirme más prórrogas. Como siempre nos está engañando, que hoy, que mañana... Yo no le creo ni la Biblia. Es muy fabulista. Pero en fin, pedradas de estas nos den todos los días. «Señor de Torquemada me dice muy serio , vengo a pagarle a usted...». Me quedé lo que llaman atónito. Como que no esperaba la peripecia.

Y acciones cristianas habrá, cueste lo que cueste: yo te lo aseguro. En las obras de misericordia está todo el intríngulis. Yo vestiré desnudos, visitare enfermos, consolaré tristes.... Bien sabe Dios que esa es mi voluntad bien lo sabe.... No salgamos después con la peripecia de que no lo sabía.... Digo, como saberlo, lo sabe.... Falta que quiera. Vino por la noche el recargo, muy fuerte.

La cara de militar adulterado no expresaba más que un interés decidido por la familia. Al fin Torquemada, que no gustaba de perder el tiempo, dijo a su amiga: «Vamos, doña Lupe, que hoy estamos de buena. ¿A que no me acierta usted la peripecia que le traigo?». La fisonomía de la señora se iluminó, pues sabía que su amigo llamaba peripecia a toda cobranza inesperada.

La vida ofrece tragedias bien dolorosas. Tengo la esperanza de que al cabo después de tanta peripecia conmovedora el nudo de la horrible intriga se desatará; logrará usted hallar a su hijo sano y salvo. Si esto sucede, como yo confío, le ruego guarde en la memoria y me reserve todos los incidentes de esta misteriosa trama. Nosotros los poetas modernos necesitamos inspirarnos en la realidad.

Pues, hijo, si en las nueve cartas que usted me ha escrito lo ha repetido cuarenta y una veces... Lo llevo por cuenta. Entonces será para decírselo la cuarenta y dos. Lo que nos está pasando, Gloria, parece una novela. No hace siquiera tres meses que la he conocido, y creo que he vivido tres años desde entonces. ¡Cuánto cambio! ¡cuánta peripecia!

Tiendo, trémulo de placer, la mano, y me encuentro, ¡ira de Dios! ¡cuerpo de Cristo!, me encuentro con la mano gafa de mi criado Bartolo, que me movía y sacudía, cual violenta peripecia de tragedia, para despertame del sueño más delicioso que mortal alguno pudo disfrutar: me asestaba aquel Longinos la larga lista de sus sisas, que como traidora lanza cotidianamente me dilacera el flaco y doliente costado, sacándome el revuelto rosicler de la plata y calderilla.

Esta peripecia, relativamente alegre, en el sombrío drama que se desenvolvía, y a todo andar, en aquellos envejecidos ámbitos, me levantó mucho el espíritu. Venían los tres personajes hondamente impresionados por las noticias que les había dado Neluco.

Lo que le decía a usted, estaba vistiéndome para salir a oírla, cuando entró Joaquinito a darme la gran peripecia. ¡Buena ha sido, buena! exclamó doña Lupe, oprimiendo contra su seno la mano en que tenía los billetes, tan bien cogidos que no se veía el papel por entre los dedos. Quédate con Dios dijo Torquemada a Maximiliano que sólo contestó al saludo con un ju ju...