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Cerraban la marcha los padres de las muchachas, envejecidos antes de tiempo por las fatigas y sobriedades de la vida del campo, pobres bestias de la tierra, sumisas, resignadas, negras de piel, con los miembros secos como sarmientos, y que en la modorra de su mente recordaban cual una vaga y remota primavera los años del festeig.

Este jardín conserva todavía el mismo aspecto; únicamente los árboles, algo envejecidos, tapizan sus troncos con algunas manchas mohosas; pero los surcos de rosales y claveles extienden sus lozanos pimpollos sobre la arena de las sendas; y cantan los ruiseñores en las noches de estío entre los emparrados y las enramadas.

Se me antojan prematuramente envejecidos; seres desventurados para los cuales murió en crisálida la mariposa azul de las juveniles esperanzas. Esta tristeza de las almas, en contraste con el risueño aspecto de los campos, trasciende a todo: a los edificios, a las calles, a los trajes, a las personas, a su trato, a sus maneras y a su lenguaje.

Esta peripecia, relativamente alegre, en el sombrío drama que se desenvolvía, y a todo andar, en aquellos envejecidos ámbitos, me levantó mucho el espíritu. Venían los tres personajes hondamente impresionados por las noticias que les había dado Neluco.

Estos errores envejecidos, desechados, olvidados, y envilecidos, se han renovado y se renuevan cada dia, y salen al público vestidos de nuevo á la moda del siglo, con agudezas, eloqüencia, versitos de Poetas Latinos, y pedacitos de erudicion halagüeña, para captar á los incautos en un tiempo en que son muchos los Filósofos, y muy poca la Filosofía.

De común consentimiento escogieron, entre los otros, este paraje los neófitos, y tomó luego habitación en él la gente de cuatro naciones y de otros tantos idiomas, Boros, Penotos, Taus y Morotocos, poniendo por nombre á aquel pueblo San Juan Bautista; y para esto se atendió tanto á que tuviesen cómodamente con qué pasar la vida, cuanto á que en bárbaros nuevos en la fe, viniendo muchos en número y envejecidos en los vicios, es cosa de increíble trabajo quitarles las malas costumbres, hacerlos olvidar las antiguas supersticiones y reducirlos á la estrechez de la ley y vida cristiana; y como decía graciosamente un Misionero, son ellos tan niños, sin uso de razón que para criarlos con vida de hombres racionales, es necesario estar en continuo ejercicio de todas las virtudes, en especial de la paciencia, del celo, agrado y de aquella que todo lo obra, la caridad, sufriéndoles infinitas impertinencias y necedades, acomodándose á su modo y transformándose en cada uno de ellos para ganarlos y conducirlos todos á Dios.

Como los hombres de remotas edades, estamos libres de convencionalismos; nuestra gravedad de encargo puede desaparecer para ser sustituída por franca y ruidosa alegría; nosotros, civilizados, envejecidos por el estudio y la experiencia, nos encontramos hechos niños como en los primeros tiempos de la infancia del mundo.

Desde aquel día la vieja mansión había permanecido absolutamente como era, sin sufrir la menor alteración, con su hilera de obscuros y envejecidos retratos de familia en el gran hall, su amueblado estilo rey Jacobo y sus antiguos yelmos y lanzas que habían sufrido los golpes y choques de la batalla de Naseby. La noche era terriblemente fría.

Los Padres antiguos, unos con escritos polémicos, otros con apologías rechazaron eficacísimamente esta casta de enemigos del nombre Christiano, puesto que ya entonces los habia como ahora, y no hacen los del tiempo presente otra cosa que renovar los errores envejecidos y olvidados; y siendo tanta la abundancia de escritos con que los Padres, y Doctores de la Iglesia han impugnado á toda suerte de sectarios, sería del caso que algun Teólogo, valiéndose de ellos, y adornando sus máxîmas con los atractivos del siglo presente, los publicase, para que viese todo el mundo que estos modernos quieren lucirse entre los incautos con pensamientos viejos, rechazados con invencibles argumentos.