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Pasaron atropelladamente por su pensamiento todos los convencionalismos femeniles, los reparos tradicionales, que no olvida ninguna mujer ni aun en los momentos de mayor abandono.

La contorsión del dolor, la muerte, todo resbalaba sobre ellos sin el menor arañazo, sin producir la más leve turbación. La monja, después de hablar con el médico, miró a Maltrana con cierta curiosidad. Su olfato de experta conocedora de la vida adivinaba a la pareja ilegal, al amor rebelde, que desprecia los convencionalismos sociales.

Había que torear tres o cuatro días seguidos, y el espada, al llegar la noche, rendido de cansancio y falto de sueño por las recientes emociones, daba al traste con los convencionalismos sociales y se sentaba a la puerta del hotel en mangas de camisa, gozando del fresco de la calle. Los «chicos» de la cuadrilla, alojados en la misma fonda, permanecían junto al maestro, como colegiales reclusos.

Ya había presentido ella en su solitaria tribuna que todo eran mentiras, convencionalismos, frases hechas; que el único que hablaba allí con la firmeza de la virtud, era aquel viejecito, al que contemplaba con veneración por haber sido de los ídolos de su padre. Rafael se sentía avergonzado.

En tercer lugar, ya que mi juventud y mi vehemente facultad amorosa han hecho resurgir en el amor intenso y vivaz, ¿estoy obligado a matar un instinto noble, natural, legítimo, casi divino, por dejarme llevar de preocupaciones y convencionalismos opuestos al orden de la Naturaleza, y por tanto no posibles en lo humano y dignos de que Basón les llamara errores fort?

Aquellos prisioneros tenían quienes los rescatasen; pero ¡cuántos más se vieron obligados á sufrir el yugo de la esclavitud! La esclavitud fué siempre consecuencia del derecho de la fuerza, entonces mostrábase en su más salvaje vigor, sin atenuaciones; sin hipócritas convencionalismos.

Como los hombres de remotas edades, estamos libres de convencionalismos; nuestra gravedad de encargo puede desaparecer para ser sustituída por franca y ruidosa alegría; nosotros, civilizados, envejecidos por el estudio y la experiencia, nos encontramos hechos niños como en los primeros tiempos de la infancia del mundo.

No es preciso tener doce ó quince años para arrojarse al agua lleno de felicidad como en su elemento propio; cualquiera de nosotros, si los convencionalismos y falsedades de la vida no nos han corrompido enteramente, puede volver á las alegrías de la juventud dejando por un momento sus ropas en la orilla del agua.

La cinematografía no es el teatro mudo, como creen muchos; es una novela expresada por medio de imágenes y frases cortas. El teatro tiene convencionalismos de lugar y de tiempo, impuestos por los breves límites de un escenario, y de los cuales no puede librarse.

Los convencionalismos de la vida han hecho de la mayor parte de nosotros seres pretenciosos que nos creemos humillados al sentirnos felices por poca cosa; por eso nos es necesario remontarnos á nuestra infancia para comprender, en aquella cándida edad, la alegría que nos producía la excursión, de algunos pasos solamente, sobre una pequeña isla.