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, señor; pero parientes lejanos; mi madre y mis otros hermanos murieron hace mucho tiempo... mi hermana se casó hace cuatro años... vive allá... ve... derecho a ese rosal... ¡Ah! agregó repentinamente dirigiéndose a la planta, vean qué dos pimpollos tan lindos, ¿eh? y cortándolos volvió con ellos al camino diciendo al separarlos pues estaban en un mismo gajo: uno para usted... y otro para usted...

Especie, Rémora vastatrix. Amados hermanos míos: si de la Mancha pasamos, pues todo es España, a la Dirección de que era jefe D. Manuel, hallaremos un espectáculo no menos patriarcal. Descontando al hijo mayor, Joaquín Pez, de quien se hablará cuando le toque; descartando también a las dos señoritas de Pez, ya casaderas, quedaban cuatro pimpollos.

Este jardín conserva todavía el mismo aspecto; únicamente los árboles, algo envejecidos, tapizan sus troncos con algunas manchas mohosas; pero los surcos de rosales y claveles extienden sus lozanos pimpollos sobre la arena de las sendas; y cantan los ruiseñores en las noches de estío entre los emparrados y las enramadas.

Juanita, casada con él, le adora, le mima y le ha dado dos hermosísimos pimpollos: una niña, que se llama Juanita la Larga, tercera de este nombre y apellido, y que promete valer tanto como su madre, porque ya es muy linda, picotera y graciosa; y un Ricardito, como su abuelo materno, que es un diablejo, ágil, robusto y bullicioso, por lo que sus padres le destinan a que sea, también como su abuelo, oficial de Caballería.

Los pimpollos de las parras y los ramos de la madreselva asaltaban desordenadamente aquella estancia, trayendo hasta en medio de ella los colores de la púrpura y los olores del ámbar, pareciendo todavía más encantada esta escena con los golpes de luces y luminarias que iban por las cornisas de las columnas, con las girándulas que se mecían en los arcos y con los fanales pintados y faroles caprichosos que se sostenían de los ramos y pimpollos de los huertos.

Por aquí y por allí caían en el mismo instante hojas y más hojas inútiles; pero la mañana próxima había de alumbrar innumerables pimpollos, frescos y nuevos. Ya de día, Guillermina se acercó a la puerta y aplicó su oído. No sentía ningún rumor. No había luz. «Duerme como un bendito... Buen disparate haría si le despertara». Y se alejó de puntillas. Disolución i

No pasaba mes sin que uno de sus pimpollos hiciera alguna barbaridad. Cuestiones, desafíos, borracheras, sumarias, timbas, trampas, eran la historia de todos los días, y la mamá tenía que poner remedio a ello con las recomendaciones y con los desembolsos.

Se replegaba y meditaba. Le habían dicho que las botas de tafilete daban muy mal resultado en Lancia, a causa de la humedad. Antes, mucho antes de que Mateo terminase su diatriba contra el tafilete, se la destripaban sus cuatro pimpollos con risas irónicas y pesadísimas palabras que dejaban confundido y triste al pobre viejo.

Nac. de París, Fr., 3.652, fol. 66. La Condesa de Ubernia y la Duquesa de Ventador, hijas del Condestable; los ángeles de pocos pimpollos de la carta XVI. El papel lleno de amores es la 8, parte II, Colec. Ochoa. Por servir á Mad. Esta carta XLVII tiene en la Colec. Morel Fatio el núm.

A estos dos personajes seguirán forzosamente las dos hijas de la Marquesa: dos pimpollos, dos flores de Andalucía, lindas, modestas, pequeñas, frescas, sonrosadas, alegres, sin pretensiones, a pesar de su nobleza, rezadoras de noche y cantadoras por la mañana; dos avecillas que encantaban la vista con el aleteo de su inocente frivolidad y de cierta ingenua coquetería, de ellas mismas ignorada.