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Ya; como la otra vez le engañamos... Pero él tuvo más talento que nosotros». Y ahora también, y ahora también afirmó Rubín con maniática insistencia . Empezaré al instante mis trabajos de observación y de cálculo. Pues no necesitará calentarse la cabeza, porque yo se lo probaré... yo demostraré lo que he dicho.

lo que necesitas, después de varios meses de soledad maniática, es una mujer. Escoge en torno de ti; las encontrarás, cuando quieras, más jóvenes, más hermosas que yo, que empiezo á verme tal como soy. ¿Por qué te fijas en ? ¿Por qué turbar mi tranquilidad, cuando ya me he olvidado de esas cosas?... Sonrió el príncipe amargamente ante el remedio. Lo había pensado muchas veces.

Y aunque la viera, tía, aunque la viera... Doña Lupe se inquietó un poco oyendo esta frase, dicha con cierto sentido de tenacidad maniática. Pero Maximiliano se apresuró a tranquilizarla con otro argumento: «¿Pero no observa usted lo cuerdo que estoy? Si no me he visto nunca así, ni en mis mejores tiempos... Ya quisieran todos...».

¡Pero qué maniática eres!... Yo creí que después de haberme oído, te convencerías de que mi razón está como un reloj y de que además me ha entrado un gran talento. ¿Qué has visto en que te parezca sospechoso? Nada absolutamente. Mis sentimientos son de paz; la última idea mala la tuve hace días; pero la arranqué y estoy limpio de ira y de odio.

Creería que nos habíamos vuelto tontos rematados observó Jacinta riéndose con cierta melancolía. Estas simplezas no son para que las vea nadie... ¿Cierras los ojos? Duérmete, a... rorró... Eso es, quieres que me duerma para echar a correr a darle cuerda a esa maniática de Guillermina.

Visita encogía los hombros. «No se explicaba aquello. ¡Qué mujer era Ana! Ella estaba segura de que Álvaro le parecía retebién, Álvaro seguía su persecución con gran maña, lo había notado, ella le ayudaba, Paquito le ayudaba, el bendito D. Víctor ayudaba también sin querer... y nada. Mesía preocupado, triste, bilioso, daba a entender, a su pesar, que no adelantaba un paso. ¿Andaría el Magistral en el ajo?». Visita se impuso la obligación de espiar la capilla del Magistral; se enteró bien de las tardes que se sentaba en el confesonario, y se daba una vuelta por allí, mirando por entre las rejas con disimulo para ver si estaba la otra. Después averiguó que la habían visto confesando por la mañana a las siete. «¡Hola! allí había gato». No presumía la del Banco las atrocidades que se le habían pasado por la imaginación a Mesía; no pensaba, Dios la librara, que Ana fuera capaz de enamorarse de un cura como la escandalosa Obdulia o la de Páez, tonta y maniática que despreciaba las buenas proporciones y cuando chica comía tierra; Ana era también romántica (todo lo que no era parecerse a ella lo llamaba Visita romanticismo), pero de otro modo; no, no había que temer, sobre todo tan pronto, una pasión sacrílega; pero lo que ella temía era que el Provisor, por hacer guerra al otro las razones de pura moralidad no se le ocurrían a la del Banco empleara su grandísimo talento en convertir a la Regenta y hacerla beata. ¡Qué horror! Era preciso evitarlo. Ella, Visita, no quería renunciar al placer de ver a su amiga caer donde ella había caído; por lo menos verla padecer con la tentación. Nunca se le había ocurrido que aquel espectáculo era fuente de placeres secretos intensos, vivos como pasión fuerte; pero ya que lo había descubierto, quería gozar aquellos extraños sabores picantes de la nueva golosina. Cuando observaba a Mesía en acecho, cazando, o preparando las redes por lo menos, en el coto de Quintanar, Visitación sentía la garganta apretada, la boca seca, candelillas en los ojos, fuego en las mejillas, asperezas en los labios. «

De esta enfermedad de la imaginacion deben tener noticia y procurar conocerla los directores espirituales de las almas, porque de ella nacen casi siempre las conciencias escrupulosas, corrompiendo poco á poco en ellas la imaginacion al juicio. Quando la enfermedad del celebro de tal suerte vicia la imaginacion que comunique el daño al juicio, se sigue la locura, ó bien melancólica, ó maniática.

Vea, señor: se trata de cuatrocientas leguas; unas cuatrocientas leguas cuadradas que son nuestras y nunca acaban de entregárnoslas. Isidro abrió desmesuradamente los ojos con expresión de asombro y escándalo. ¿Sería una maniática aquella doña Zobeida?... ¡Cuatrocientas leguas!... Pero eso es un Estado. Es casi una nación. La señora insistió tranquilamente en la cifra.