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Cristeta lo apreció todo de una ojeada: amiga... señorita... humilde recuerdo... ¡Cuánta finura y qué poca ostentación! La estanquera se quedó pasmada: el tío tomó las piezas del costurero una por una, pensando con respeto en el hombre que hacía regalo de tres o cuatro o seis libras, de plata. Cristeta se dio a reflexionar en aquello con más calma.

¿Es maestro de música? ¡Oh, no señora! exclamó la estanquera con un poco de enfado . Don Ricardo es un gran caballero. Si enseña la música a los niños es por favor, por caridad como otras muchas caridades que hace. También ha formado aquí eso que llaman orfeón. El pueblo ha cambiado mucho desde que vino ese señor.

Y vinieron por último, y según vulgarmente se dice, con este melón se llenó el serón, Currito el Guapo, acompañado de Rosita la estanquera, su linda hermana. No había ni vinieron más convidados, porque el alcalde quiso que su tertulia fuese aquella noche de lo más íntimo, selecto y cremoso que en el lugar podía imaginarse.

¡Si no la conoces! No importa, la quiero ya como si la conociese. ¿Tendrías gusto en ser hermana política de la sobrina de una estanquera? preguntó el joven con malicia. ¡Ya lo creo! repuso Julia poniéndose seria. Si es buena y bien educada, ¿por qué no?... No vayas a pensar que yo me detengo por eso dijo Miguel, poniéndose también serio.

Currito salió, pues, de su casa, como de estampía; y, según hemos visto, se puso a ejercer su misión avasalladora y morigeradora de mujeres, en defensa y custodia de su hermana la estanquera y del resplandeciente Sol de Tarifa, de quien estaba o aparentaba estar enamorado.

Adiós, pichón, y es tullo el corazón de esta que te quiere y verte desea y no te olbida. Mariquita. La cólera de Jehová cuando supo los retozos de Adán y Eva, fue cosa de risa comparada con el furor de la estanquera. No bastaron a torcer la resolución que adoptó ni el temor a que se malease la sobrina ni siquiera los cuatro duros diarios que llevaba de sueldo.

Tremendo es uno de ellos por su obstinación y ferocidad. Es su nombre Currito el Guapo, y es hermano de la estanquera, mujer también de notable mérito, muy joven aún y famosa por su hermosura y gallardía. Currito, tan celoso de su honra como los galanes de Calderón en las comedias de capa y espada, no consiente que nadie requiebre a la estanquera si no viene con la buena fin.

Cristeta, mirándola y remirándola, se anegaba en la admiración que sentía: hasta llegó a forjarse la ilusión de ser ella misma la que tenía delante de los ojos, antojándosele ser ella la cómica y ésta la estanquera; y que después, en vez de continuar allí vendiendo sellos y pitillos, podría irse a representar comedias por la noche y observar desde la escena cómo la miraban los hombres y la envidiaban las mujeres... Luego caería a sus pies una lluvia de ramos, y por el pasillo central de las butacas entrarían los acomodadores cargados con canastillas de flores y chucherías de regalo... Durante unos instantes soñó despierta, y hasta el ruido confuso de la cercana calle le pareció rumor de aplausos.

Parece que está uno en el cielo oyéndoles. Si usted se queda aquí, para el día de la Virgen los oirá porque han de cantar por la tarde en la plaza. Elena dijo que que se quedaría, pero temiendo que pasase por allí su marido y que la estanquera le llamase se despidió de ésta. Iba hacia la iglesia para ver el ensayo y hablar a don Ricardo cuando terminase.

Esta invitación al matrimonio, aunque dirigida al bello sexo en general, iba en particular, según la opinión pública, a cierta bella estanquera de la calle de Caborana, cuya amor pretendía Sinforoso hacía algunos años sin resultado.