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Creo, señor don Gaspar, que está usted muy equivocado, y no por qué se cree usted tan competente, indicó Carrascosa en tono muy grave. ¿Pues no he de serlo? ¡Yo, que paso las noches oyéndoles á todos, no saber lo que son! Vamos, que algunos que se tienen por muy buenos, no son más que ingenios de ración y equitación.

Pero en cuanto ve un niño descalzo le quiere dar todo lo que tiene: a su caballo le lleva azúcar todas las mañanas, y lo llama «caballito de mi alma»; con los criados viejos se está horas y horas, oyéndoles los cuentos de su tierra de África, de cuando ellos eran príncipes y reyes.

Parece que está uno en el cielo oyéndoles. Si usted se queda aquí, para el día de la Virgen los oirá porque han de cantar por la tarde en la plaza. Elena dijo que que se quedaría, pero temiendo que pasase por allí su marido y que la estanquera le llamase se despidió de ésta. Iba hacia la iglesia para ver el ensayo y hablar a don Ricardo cuando terminase.

44 Y pensando que estaba en la compañía, anduvieron camino de un día; y le buscaban entre los parientes y entre los conocidos; 45 mas como no le hallasen, volvieron a Jerusalén buscándole. 46 Y aconteció, que después de tres días le hallaron en el Templo, sentado en medio de los doctores, oyéndoles y preguntándoles.

Observando la mayor parte de las voces usadas por los navegantes, se ve que son simplemente corruptelas de las palabras más comunes, adaptadas a su temperamento arrebatado y enérgico, siempre propenso a abreviar todas las funciones de la vida, y especialmente el lenguaje. Oyéndoles hablar, me ha parecido a veces que la lengua es un órgano que les estorba.

Celinina, en sus ratos de mejoría, no dejaba de la boca el tema de la Pascua; y como sus primitos, que iban á acompañarla, eran de más edad y sabían cuanto hay que saber en punto á regalos y nacimientos, se alborotaba más la fantasía de la pobre niña oyéndoles, y más se encendían sus afanes de poseer golosinas y juguetes.

Todos, en su furia creciente, acudían á Pimentó. ¿Podía esto consentirse? ¿Qué pensaba hacer el temible marido de Pepeta? Y Pimentó se rascaba la frente oyéndoles, con cierta confusión.

No eran tan terribles. En Inglaterra se reirían oyéndoles hablar de tales gentes. Allí las despreciaban, si es que alguna vez hacían memoria de ellas. ¿Pero es que Londres es Bilbao? gritó exasperado el doctor. ¿Acaso Inglaterra es España? Ya yo que se ríen de ellos en todas las naciones modernas y poderosas: únicamente Francia se rasca de vez en cuando para echárselos lejos.

Celinina, en sus ratos de mejoría, no dejaba de la boca el tema de la Pascua; y como sus primitos, que iban á acompañarla, eran de más edad y sabían cuanto hay que saber en punto á regalos y nacimientos, se alborotaba más la fantasía de la pobre niña oyéndoles, y más se encendían sus afanes de poseer golosinas y juguetes.

¿Sabes por qué te he conocido? No. Pues por esos pies menuditos que Dios te ha dado y que no tienen pareja. ¡Bah! dejó escapar la joven con indiferencia. María-Manuela, que deseaba vivamente la reconciliación de los amantes, oyéndoles hablar, dijo algunas palabras al oído á su amiga, y ambas se separaron bruscamente de Soledad, dejándola sola.