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Si su familia estaba ciega, en las barracas vecinas bien adivinaban la situación de Barret, compadeciendo su mansedumbre. Era un buenazo, no sabía «plantarle cara» al repugnante avaro, y éste lo iba chupando lentamente hasta devorarlo por entero. Y así fué.

Y con esto, lector amigo, te dejo en paz, y libre quedas para entrarte, si te place, por las páginas de mi libro o dar media vuelta a la derecha. Témome, sin embargo, y en tus ojillos devotos lo conozco, que ansías ya por leerlo, y no lo dejarás hasta devorarlo letra a letra; porque si mis razones no te han convencido, como deseo, es fácil que la curiosidad te impulse contra lo que yo pretendo.

No hay casa sin su ataúd, que es allá un mueble de lujo, con los adornos de nácar: los hijos buenos le dan al padre como regalo un ataúd lujoso, y la muerte es allá como una fiesta, con su música de ruido y sus cantares de pagoda: no les parece que la vida es propiedad del hombre, sino préstamo que le hizo la naturaleza, y morir no es más que volver a la naturaleza de donde se vino, y en la que todo es como hermano del hombre; por lo que suele el que muere decir en su testamento que pongan un brazo o una pierna suya adonde lo puedan picar los pájaros, y devorarlo las fieras, y deshacerlo los animales invisibles que vuelan en el viento.

Ese pájaro que hiende los aires y se precipita en el agua para atrapar un desdichado pez y devorarlo, ¿qué misterio guarda dentro de su organismo? ¿Yo mismo soy otra cosa más que una expresión individual de la fuerza que anima a todos los seres del Universo?

En dos años que duró el arreglo de la testamentaría, por el incidente aquel del pretendido hijo natural, don Bernardino había encontrado medio de acapararlo todo, de devorarlo todo, insaciable, como lobo hambriento. ¡Diríase que hay un Dios para los pícaros!

La criada ofreciole al punto, sobre una salvilla, los destrozos de un búcaro de Méjico que acababa de romper. La niña cogió un casquillo de aquella tierra comestible y, llevándoselo a la boca, comenzó a devorarlo, haciéndolo rechinar entre sus dientes. Otras amigas la imitaron. Ramiro hubiera querido sustraerla a todas las cortesanías y alabanzas de los demás; sentíase receloso de cada palabra.

Sus padres habían muerto, pero ya se encargaron de recordarle la patria y todas sus miserias el enjambre de primos, hermanos y sobrinos que cayeron sobre él tan pronto como circuló por el lugar la nueva de que hacía fortuna y tenía una tienda en el Mercado. Llegaban en grupos, escalonando sus viajes por meses, cual hordas hambrientas que con la mirada querían devorarlo todo.

En un dia, en una hora, quiere disfrutar lo que no ha disfrutado en diez años de encierro, y nunca está contenta, nunca está tranquila; siempre mira impaciente, siempre murmura, siempre anhela más. Querer verlo todo, sentirlo todo, devorarlo todo á la vez, esta es la educacion, esta es la cultura, esta es la moral que la jóven saca del colegio.

Mi señora y yo le hemos ayudao mucho... La salida fue triunfal. La muchedumbre se abalanzó sobre Juanillo, como si fuese a devorarlo con sus expansiones de entusiasmo. Gracias que estaba allí el cuñado para imponer orden, cubrirle con su cuerpo y conducirlo hasta el coche de alquiler, en el cual se sentó al lado del novillero.

Gran marino, pero mediocre hombre de pelea, acostumbrado al tranquilo manejo de las cartas de navegar, al examen de los pilotos en la «Casa de Contratación» de Sevilla, y sin experiencia en los ardides de la guerra indiana, había bajado a tierra creyendo en los signos de paz de los indígenas, y éstos lo habían asesinado a la vista de sus gentes en las orillas del mismo río que acababa de descubrir, asando luego su cuerpo para devorarlo en sagrado banquete.