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Preocupado y de peor humor a cada instante, torcía el gesto cuando algún cura entraba en su despacho frotándose las manos de gusto, a noticiarle adhesiones, caza de votos. ¡Qué elecciones aquéllas, Dios eterno! ¡Qué lid reñidísima, qué disputar el terreno pulgada a pulgada, empleando todo género de zancadillas y ardides!

Actualmente su poblacion es la ménos industriosa de la provincia, y la sola que se alimenta con la carne del caiman, para cuya caza se vale de mil ardides. Profesando el catolicismo, no han podido desprenderse de una infinidad de supersticiones de su condicion salvage: son por otra parte muy malos cristianos. El lenguage de que hacen uso es el mismo de su estado primitivo.

Tal era su agilidad en los movimientos, su rapidez y violencia en las acometidas y su instinto maravilloso para secundar y ayudar los intentos, trazas y ardides de su real jinete.

En la reducción de Mindanao, necesítase por parte de los encargados de asegurar su dominio, una gran dósis de desinteresado patriotismo, extraordinaria energía y conocimiento de aquellos ardides de la guerra, que aunque anticuados y relegados al olvido por el tecnicismo moderno, tan admirablemente se adaptan para combatir con ventaja á la clase de enemigo con que allí se lucha.

En este medio, viendo los turcos que no les salían los ardides que probaban por tierra, acordaron una noche dar el asalto á las galeras y galeotas de cristianos que estaban cerca del fuerte retiradas, y combatiendo, las hallaron que estaban bien á recaudo, porque tenían muy buena guardia de soldados viejos de todas naciones, y el Coronel D. Alvaro, con los esquifes que estaban en tierra, luego á la hora les envió socorro con el capitán D. Juan de Castilla, y así los turcos se retiraron, con gran daño dentrambas partes de heridos, porque las galeras, cuando les fueron á dar el combate, se hallaron con las tiendas puestas; mas tenían lejos, un tiro de piedra, una cadena de árboles y entenas para que no se les pudiese llegar barca ninguna sin que se sintiese, y esto les hizo gran provecho.

Es inaudito el cúmulo de atrocidades que se necesita amontonar unas sobre otras para pervertir a un pueblo, y nadie sabe los ardides, los estudios, las observaciones y la sagacidad que ha empleado don Juan Manuel Rosas para someter la ciudad a esa influencia mágica que trastorna en seis años la conciencia de lo justo y de lo bueno, que quebranta al fin los corazones más esforzados y los doblega al yugo.

¿A qué motivos deben achacarse esas contorsiones icarias de la multitud?... Nadie podría decirlo; pero los comediantes que luchan con ella diariamente, las adivinan y las temen, por lo mismo que ni su arte, ni aun la experiencia madre ubérrima de todo saber les ardides seguros para combatirlas. Hoy el público dicen, viene de mal humor.

Mas como su peculio no bastase para atender a tan numerosas caridades, diose traza para obtener dinero de su padre valiéndose de mil ardides inocentes; un día pidiéndole para una sombrilla, otro para un reloj, otro para un estuche de costura, etcétera. Tanto fue lo que abusó, no obstante, que don Mariano sospechó la verdad y señaló un límite a sus larguezas.

D. Cristóbal, como caudillo experimentado, apelaba en estas refriegas a mil ardides para derrotar a sus contrarios, o para capitular en buenas condiciones. Un día amanecían las chicas inspiradas, y pedían botinas de tafilete semejantes a las que habían visto a tal o cual muchacha de la ciudad, generalmente a Fernanda Estrada-Rosa. D. Cristóbal se replegaba inmediatamente en mismo.

El virrey creía hasta cierto punto desairado su amor propio con este resultado; y don Juan del Corro no se daba por vencido, atribuyendo su desventura a ardides de enemigos y envidiosos.