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Hasta los mismos pensamientos se adivinaban allí, se divulgaban y se comentaban, como el pensador no pensase con mucho disimulo y muy para dentro. Debemos, pues, creer que don Paco no había tenido amoríos, a no ser muy efímeros y livianos, y que ni siquiera, durante su larga viudez, había pensado en semejante cosa.

, señora. Mi negocio consiste en dos mil quinientas pesetas al año y en una mijita de temblor que he logrado en los tres años que aquí llevo. En efecto, las manos del joven tenían un ligero estremecimiento que se hacía visible cuando se atusaba su fino bigote negro. El grupo de convidados le contempló unos instantes con atención no exenta de hostilidad. Adivinaban en él un enemigo.

Iba a derribar al toro de una estocada maestra. Todos adivinaban la resolución del espada. Se lanzó Gallardo sobre el toro, y todo el público respiró a un tiempo ruidosamente, luego de la emocionante espera. Del encontronazo entre el hombre y el animal salió éste corriendo con mugidora furia, mientras el graderío prorrumpía en silbidos y protestas. Lo de siempre.

Dos docenas de hombrecillos, achicados por la lejanía, agolpábanse en la borda, con el torso desnudo, moviendo en alto sus casquetes blancos iguales a los de los cocineros. Se adivinaban sus gritos, absorbidos por el silencio del Océano, de los que no llegaba el más leve eco hasta el vapor.

Se adivinaban en él las preocupaciones más nimias y pueriles en todo lo referente al adorno de su persona. El traje, de lanilla gris, aparecía realzado por la unidad de la corbata, los calcetines y el pañuelo asomado al bolsillo del pecho.

A los treinta o cuarenta pasos de negrura comenzamos a ver delante de nosotros una pálida claridad. Se adivinaban a esta luz incierta las pirámides afiladas de las rocas, las estalacitas blancas del techo y, abajo, el mar, hirviendo en espumas, semejaba una aglomeración de monstruos de plata revolviéndose en un torbellino. Era realmente extraordinario.

Por la intensidad de la mirada cada par de ojos se convierte en cien pares; por su virtud acústica, cada oído en cien oídos. En sus pasos, en sus miradas, en el modo de saludarse y despedirse los ingeniosos lacienses adivinaban como verdaderos magos lo que pensaban, medían exactamente el progreso de aquellas relaciones que les tocaba en lo más vivo del corazón.

La actitud del bufón, de aquel hombre pequeño, cuadrado, robusto, encogido como para arrojarse sobre una presa, y en el cual se adivinaban el valor, la fuerza y la agilidad del tigre, parecían indicar que iba á suceder allí algo terrible. Si queréis llevaros á esa muchacha, lleváosla dijo el sargento mayor, que tenía miedo ; preguntadla si yo la he violentado.

Su palabra valía tanto como la de don Antolín. El Vara de plata la temía, inclinándose ante la poderosa protección que todos adivinaban detrás de la pobre mujer. En los tiempos que su padre, abuelo materno de Gabriel, era sacristán de la catedral, ejercía las funciones de monaguillo un chicuelo, sobrino de cierto beneficiado que acabó por costearle la carrera en el Seminario.

Adivinaban los dos amigos su labor mental en la contracción de su frente, en los gruñidos sordos que dejaba escapar, como un eco del monólogo interior. De pronto saltó de la reflexión á la palabra, sin preparación alguna, continuando en voz alta el curso de sus razonamientos.