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Pero este frío y esta repugnancia se disiparon cuando Romadonga, poniéndole cariñosamente una mano sobre el hombro, le dijo: A las órdenes de usted, amigo Costa. Lo que ahora le acometió fue una extraña sensación de terror, unos deseos atroces, de echar a correr. Levantose, sin embargo, automáticamente y, pálido y trémulo como si le condujesen al suplicio, siguió a D. Laureano.

Y eligiendo dos o tres de las más animosas, mandoles que arrancasen una de las desiguales y vacilantes piedras de la calzada, que se movían como dientes de viejo en sus alveolos, y, alzándola lo mejor posible, la condujesen ante la puerta que les acababan de cerrar en sus mismas narices.

Los nautas eran únicamente para el manejo de las naos que condujesen a los verdaderos conquistadores. Y éstos debían ser hombres de coraza, hombres de a caballo, incapaces de confianzas y blanduras. ¿Saben ustedes preguntó Maltrana qué recompensa pidió Solís al rey antes de embarcarse para hacer este descubrimiento?

Despues de dicho tiempo dijo Hilario que se queria venir, y le dieron un buen caballo y lo trajeron convoyado de cuatro indios hasta un fuerte que está en las fronteras de las estancias de esta ciudad, á donde le entregaron, con encargo de que le condujesen, como así se ejecutó.

Mi tía Medea había hecho acto de generosidad con los pobres, repartiendo las ropas de mi padre; la vieja alfombra había desaparecido; las baldosas contribuían a aumentar lo triste de la escena con su frialdad glacial; mis buenos grabados ingleses ya no estaban tampoco; algunos fragmentos de mis juguetes habían sido relegados a un rincón de la habitación; entré en la sala y vi con júbilo que el retrato de mi madre estaba allí y que mi tío había dispuesto que lo condujesen a su casa.

Señor Virey, para que la condujesen á Buenos Aires 4 indios que con el Chanchuelo, dice, á mandar á esta ciudad, á fin de que estos pudiesen pasar por las guardias francamente, y que el dicho cacique con Guchulap, Calpisquis, Toro, Guchan, Canopey y Alcaú juntos, pasaban al Volcan á tomar bagualada, de cuyo paraje queria despachar los expresados chasques Buenos Aires.

Pero fué en vano hablarlos de que se hiciesen cristianos, porque no venían bien en abandonar su nativo suelo y tomar casa en otro paraje, y de otra manera no podían ser doctrinados en las cosas de la fe y admitidos al santo bautismo; por cuya razón, viendo el P. Zea que no era aún llegado el tiempo para su conversión, dió la vuelta en busca de sus compañeros; mas no le salieron en vano sus fatigas, porque corriendo por algunas Rancherías ya desiertas, halló allí poco más de setenta almas que redujo con facilidad á la fe, y dejándolas al cuidado de algunos de sus neófitos que las guiasen y condujesen hasta San Joseph, alegrísimo el siervo de Dios de haber en tres días sacado de las garras del demonio tantos infieles, llegó junto á la última Ranchería de los Cucarates, donde le esperaban sus compañeros, á los cuales el espíritu maligno había puesto en el corazón tal desesperación del éxito feliz de aquella empresa, que por más que los animó no pudo jamás conseguir con ellos que pasasen adelante; y ¿qué podría hacer él solo si faltaba por romper otro bosque semejante al pasado?

Cuando Dios ha preparado castigos para unos actos y premios para otros, ha debido hallar en ellos una diferencia intrínseca; y por esto les ha señalado destinos diferentes; pero segun el sistema que combatimos, los actos no serian buenos sino en cuanto conducentes al premio, y no habria ninguna razon porque condujesen á él los unos con preferencia, á los otros.

Y los dos grandes perros mastines, Manchego y Navarro, traídos cachorros de Castilla, caracoleaban en torno suyo solicitando también una caricia. Pero era necesario llevar aquellos animalitos á reposarse. D. Félix dió orden á los vaqueros para que los condujesen á Cerezangos y él también marchó con ellos. Cerezangos es una gran pradera distante menos de un kilómetro de la casa.

Se ha dicho con tono de mucha seguridad, que no era posible demostrar por las sensaciones la existencia de los cuerpos, pues que siendo aquellas una cosa puramente interna, no era dable que nos condujesen á inferir la existencia de otra externa, y no habia inconveniente en que todas nuestras sensaciones fuesen un conjunto de fenómenos individuales, encerrados dentro de nuestra alma.