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Una legión de diablillos, azules y rojos, caracoleaban por el aire como chispas de fuego. En medio del salón, expuesto a una burla general, vio al pequeño Cristo que se cubría la cara con las manos y a escondidas le hacía señas de súplica. Las monjas, para no tropezar con él mientras bailaban, se recogían el hábito y le saltaban por encima.

Eran excelentes jinetes, y galopaban y caracoleaban á uno y otro lado, chasqueando sus bonitos látigos. Una banda de música nos precedía, y las casas indias que pasábamos presentaban sus acostumbradas demostraciones de bienvenida. Los caminos tenían mayor número de adornos y arcos de bambúes en ambos lados. Los morteros haciendo fuego anunciaban nuestra llegada.

Se imaginaba los pequeños reinos de los walís feudatarios; señoríos semejantes al de su familia, sólo que en vez de estar cimentados en la influencia y el proceso, se sostenían con la lanza de aquellos jinetes que así labraban la tierra como caracoleaban en juntas y encuentros con una elegancia jamás igualada por caballero alguno.

Y los dos grandes perros mastines, Manchego y Navarro, traídos cachorros de Castilla, caracoleaban en torno suyo solicitando también una caricia. Pero era necesario llevar aquellos animalitos á reposarse. D. Félix dió orden á los vaqueros para que los condujesen á Cerezangos y él también marchó con ellos. Cerezangos es una gran pradera distante menos de un kilómetro de la casa.

Algunos civiles de caballería, con el sable desenvainado, caracoleaban para dejar libre el tránsito, atropellando a veces a la gente, que dejaba escapar sordas imprecaciones contra la fuerza pública.

Los caballos de nuestros équites, orgullosos de su estampa elegante, de sus lomos relucientes y mórbidos, caracoleaban sin cesar levantando nubes de polvo, felices por ostentar su recia musculatura a la luz de la mañana.

Grupos de jinetes mezclados con jóvenes oficiales de caballería caracoleaban por entre los carruajes, tendiéndose algunas veces sobre el cuello de sus cabalgaduras para hablar al través de una portezuela. Las de Pajares contemplaban con nostalgia de desterradas el paso de los carruajes. ¡Gran Dios, qué tarde! ¡Se acordarían de ella toda la vida! Era la primera vez que iban a pie a la Alameda.