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Mientras tanto, las dos llevaban á todas partes al teniente, protestando de que no le permitieran entrar con ellas en los salones del Casino, á causa de su uniforme. Una tarde, doña Clorinda, con toda la autoridad de su carácter, lo llevó á Villa-Sirena. Era una vergüenza que el hermoso edificio y sus vastos jardines estuviesen dedicados á cinco hombres que no servían de nada á la humanidad.

Pero el repentino acaparamiento del teniente español, aquella simpatía vehemente que obligaba á Martínez á pasar el día entero con la duquesa, devolvieron á dona Clorinda su hostil frialdad.

La llaman «la Generala» por su carácter algo varonil, por la rudeza con que trata á veces á las gentes. ¡Una mujer extraordinaria! ¡Una verdadera amazona!... Tira á las armas, hace gimnasia, nada en los ríos en pleno invierno, y además tiene una voz como un suspiro de brisa, gorjea al hablar como un pájaro, parece que va á desmayarse á la menor emoción lo mismo que una niña tímida... ¿Quieres saber quién es?... Se llama Clorinda; un nombre de poema y de comedia antigua.

El coronel anunció con entusiasmo á este amigo que le había hecho conocer doña Clorinda. Es un teniente español de la Legión extranjera. Vive en el hotel que el príncipe de Mónaco ha destinado á los oficiales convalecientes. Se llama Antonio Martínez, nombre vulgarísimo que dice muy poco; pero es un gran soldado, un héroe, y no cómo sobrevive á sus heridas.

Y como doña Clorinda era ahora adversaria implacable de Alicia, y Atilio admitía ciegamente las ideas y caprichos de «la Generala», una sorda animosidad empezó á surgir entre los dos hombres, que hasta entonces se habían tratado con amable indiferencia. ¡Las mujeres! murmuraba Toledo al observar este odio progresivo . Bien decía el príncipe...

Todavía estos dos grabados siguen haciendo compañía a La Constancia, en donde está mi bisabuelo atado al palo mayor, en el momento en que prometía un cirio a la Virgen de Rota. Había también en casa de mi abuela, encerrados en marcos de caoba, unos grabados ingleses que representaban la batalla naval entre la fragata inglesa Eurotas y la francesa Clorinda, en 1814.

Creo que va á hacerse soldado; me habló de la Legión extranjera. De él se puede esperar cualquier disparate. ¡Un hombre que gana y huye!... Luego, como si la máquina desarreglada de su cerebro funcionase lógicamente por unos segundos, añadió, con una sonrisa maligna: Doña Clorinda también se ha ido á París.

Recordaba por su arrogancia la estatua de Diana cazadora que se admira en el Museo del Louvre; pero esta arrogancia estaba templada por unos grandes ojos negros de suave y afectuosa expresión. Era a la vez Diana y Clorinda la heroína del poema del Tasso. Los ojos de los futuros esposos se encontraron y brillaron con alegría. A Tristán se le disipó repentinamente su mal humor.

Algunas veces he discutido con «la Generala» acerca de ti, para hacerla comprender que eres un hombre de corazón. ¡Ah! ¿Doña Clorinda es enemiga mía? ¡Si no la he visto nunca!... Es una mujer rara. Para ella, todo el que se divierte y no hace cosas grandes es un hombre antipático. Precisamente nos peleamos ayer para siempre. No hablemos de ella. Tengo algo más que pedirte...

Clorinda la acompañó en el coche hasta su casa, dándole consejos prudentes: «Retírate, guarda el dinero. Es imposible ir más alláValeria, en el curso de la noche, repitió lo mismo: «No debía ofender á Dios insistiendoAlicia se negó á oirlas. Su inspiración no se había agotado. Aún le quedaban grandes cosas que hacer, y cuando llegase el momento de retirarse, lo vería antes que los demás.