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Actualizado: 15 de junio de 2025


No conoce á nadie: está solo en el mundo; los otros oficiales viven en su patria, tienen familia... Antes podía ir en busca de Clorinda; ahora «la Generala» se ha marchado, y sólo le quedo yo, ¡la única!... ¿Y quieres que lo olvide? no le conoces bien: eres su enemigo. Yo recuerdo con delicia su época de inocencia.

Los dos reconocieron á Atilio Castro, viendo cómo se saludaban él y «la Generala», cómo seguían juntos su paseo, tan ocupados en contemplarse mutuamente, que no fijaron su atención en el carruaje. Miguel sonrió. El allí, al lado de Alicia, que le hacía cometer toda clase de extravagancias; el otro esperando con una emoción de adolescente la llegada de doña Clorinda. ¡Pobres enemigos de la mujer!

Aquella Clorinda, generala de mil demonios, era una verdadera mujer, que con sólo breves minutos de conversación había perturbado á Castro y tal vez acabase por quebrantar la vida dulce, sin placeres violentos pero sin tristezas desesperadas, que llevaban los huéspedes de Villa-Sirena.

Yo la llamo siempre doña Clorinda; creo que sin esto le falto al respeto, á pesar de su juventud. Tal vez tiene dos ó tres años menos que su amiga Alicia. Las dos se detestan, y no pueden vivir separadas. Una semana por mes chocan, se insultan, cuentan la una de la otra los mayores horrores; luego se buscan. «¿Cómo estás, corazón mio?» «¿Me guardas rencor, mi ángel

A pesar de que en Villa-Sirena cada uno se preocupaba de sus propios asuntos, mostrándose distraído en sus relaciones con los otros huéspedes, el mal humor de Atilio iba haciendo penosa la vida común. Toledo presentía el motivo de esta conducta. Doña Clorinda le trataba mal indudablemente, y él, á su vez, se vengaba de sus humillaciones y disgustos mostrándose áspero ó irónico con los amigos.

Acababa de abandonar apresuradamente á la hija del jardinero. La noticia había circulado por el teatro, logrando que muchos renunciasen al final de la ópera, para presenciar esta suerte inaudita, que era para ellos un espectáculo de mayor interés. En una mesa de ruleta encontró á Clorinda que jugaba parcamente, teniendo á Castro detrás de su asiento.

Doña Clorinda, que no te podía ver, por considerarte un frívolo, un vago pernicioso, hace de ti los mayores elogios, á causa del perdón de esa deuda enorme y de tu propósito de ayudar á la duquesa. Dice que eres un caballero digno de otros tiempos, un gran corazón... Miguel encogió los hombros. ¡Lo que le importaba á él la tal doña Clorinda!... Esto exasperó á Castro.

Estaban en el puerto. Ella señaló á una dama que marchaba por el muelle, entre las altas adelfas recortadas en forma de árboles. Era Clorinda. De un banco se levantó un señor que parecía esperar, saliendo á su encuentro.

Había abandonado el brazo del asiento y estaba de pie frente al príncipe. Esto hizo un gesto de cansancio. Le aburrían las palabras de Atilio, aquella historia infantil del tren, del soldado rojo y de la invitación insolente. Eso sólo podía conmover á doña Clorinda; él tenía asuntos mas inmediatos en que pensar. Ya que se negaba á servirle, podía dejarlo solo.

Doña Clorinda es la que debe estar furiosa continuó el pianista, con la alegría maligna que le inspiraban las rivalidades entre mujeres . Ya no tiene ninguna influencia sobre Martínez, á pesar de que fué ella la que lo descubrió. Se lo ha arrebatado la otra. Pasan semanas sin que «la Generala» vea á su teniente; creo que ya ha renunciado á él.

Palabra del Dia

rigoleto

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