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Actualizado: 15 de mayo de 2025
Me atormenta la idea de que él sería feliz con los sobras de mi mesa, con lo que comen los domésticos, ¡quién sabe si con lo que le dan al perro! Y Valeria y Clorinda, al ver mis lágrimas, no pueden explicarse un dolor tan insistente.
Los curiosos habían disminuído en torno de la mesa. Vió á Alicia en el mismo lugar. Detrás de su asiento se erguía Valeria, con el rostro triste, mientras doña Clorinda se inclinaba sobre su amiga, hablándola al oído. Adivinó sus palabras. La incitaba á levantarse: mañana tendría más suerte.
Al mismo tiempo hacía responsable á «la Generala», creyendo que ésta había podido influir en su decisión. ¡Aquel teniente era tan admirado por doña Clorinda!... Como si contestase á sus ocultos pensamientos, Atilio siguió hablando. ¿Tú crees que á mí me interesa ese muchacho con el que deseas batirte?
¡Con tal que pueda conservarlos! dijo Miguel escépticamente . Bien podría ser que me obligasen á venderlos. La duquesa, desde una ventana, contempló los jardines, escalonados hasta el mar. Muchas veces, yendo de paseo con su amiga Clorinda, había hecho detenerse en el camino al carruaje de alquiler para contemplar las arboledas de Villa-Sirena.
Un anochecer lo encontró después de un combate, pero tendido en el suelo entre otros cadáveres, con la frente rota, la masa cerebral al descubierto. El rictus de la muerte era en él una sonrisa serena. ¡Pobre Castro!... ¿Qué sería de doña Clorinda?... El príncipe deja de pensar en esto. Otros cadáveres le atraen.
Novoa hizo una leve alusión á la belicosa «Generala», que pretendía marcharse á París, como si su presencia pudiese influir en la guerra. Castro vió en esto un reflejo de la enemistad de la duquesa. Indudablemente, Valeria se había reído con él de los entusiasmos de doña Clorinda.
Don Juan, entonces, se ve libre por la intervención sobrenatural de Lidoro, y se publica por las calles de Londres que el Príncipe heredero de la corona de Galicia se juzga sólo digno de dar su mano á Clorinda, y que así lo sostendrá contra todos en solemne desafío.
Creo que esto se llama el «corintianismo»... Y me encuentro mejor que nunca. Antes necesitaba subir algunas mañanas, con Valeria y Clorinda, al Tennis de la Festa para jugar hasta rendirme. Ahora, después del arreglo de mi habitación y de ayudar á las otras, no necesito los deportes. Hago la gimnasia del pobre. Un largo silencio.
Hay que repeler la mala suerte, devolviéndosela á quien se la envió.» Ya ves que la cosa resulta clarísima: una amiga envidiosa y que frecuenta mi casa... Clorinda; no puede ser otra. Y mañana mismo voy á repeler la mala suerte, tal como me lo ha recomendado la marquesa. Otras jugadoras siguieron sus consejos y les va muy bien.
Pero nunca he sido hábil para estas cosas, y no quiero servir de estorbo, por pura vanidad, como otras muchas... Además, estamos acostumbradas á mandar, á ser las primeras, y por grande que resulte el espíritu de sacrificio, acaba una por marcharse, no pudiendo sufrir el verse mandada por mujeres más hábiles, más útiles, pero que hasta ahora han sido inferiores á nosotras... Ahí tienes á Clorinda: los dos primeros años fué enfermera; estaba de lo más hermosa é interesante con su vestido blanco y su capita azul.
Palabra del Dia
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